Esa especie de bozal está a centímetros de mi boca. Luego…nada más recuerdo y la solución se escurre veloz por la infinita red de venas, arterias. La sensibilidad se adormece y un trompetazo de euforia pareciera inundarme, es la eman…cip…ación anhelada, ese bosquejo jamás finalizado que todos atesoramos in mente y que resume verdosidad de bosques, llanuras infinitas de prados regados por la abundancia generosa de ríos interminables. Quizás, un estampido que se hace significativo más que nada por sus retumbos estremeciéndose cual réplicas de un terremoto. Después, la noche vesicular, la paz que se dibuja en su contorno rotundo mientras mi ser se disipa como ondas sobre la superficie de un río.
Es la noche eterna, una curvatura imaginaria del tiempo en que todo lo demás transcurre y yo me tiño de nada. Esa nada que debe parecerse al final de todo, irrupción de teorías que colisionan en los muros imprecisos pero inapelables de la muerte. Mas, en esa nada no existen las referencias sino la no existencia que prescinde de relojes, de antojos, de esa necesidad visceral de luz, sensaciones, colores…
Pudo ser un anestésico, una inyección que acude como soldado con sus armas en ristre, digámoslo con todas sus letras, pudo ser la inyección letal que se dispersó como el ángel de la muerte por el ya zaherido organismo del condenado. Sea como sea, el líquido se escurre por el cuerpo y nos sume en el antro que casi todos tememos y esa noche, que para el condenado será eterna, para los demás es sólo una sinopsis de lo que nos aguarda de forma inapelable.
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