La convivencia está durando seis meses, durante los cuales el empoderamiento femenino no brilla ni se manifiesta. Esta escondido. Latente.
La rutina es agobiante, se agrava con el confinamiento en una casa reducida de 3 x 2 metros cuadrados, en unos 56 metros de largo x 36 de frente, como una oruga en el medio del pasto verde.
Sasha, su perra desprende pelos por doquier. Es impensable limpiar porque al minuto sus pelusas están desparramadas, hasta en el bocado que uno se lleva a la boca.
El se ofusca y estalla.
La aspiradora no da abasto, el calor es sofocante, la lluvia lo empeora todo. Es fina constante, imparable, como sus lágrimas.
El desafecto se nota en el discurso, en la falta de cariño, en el decir:
_Eso ya me lo contaste ¡”más o menos quince veces! “él le grita ofuscado.
Se siente impotente. No hay nada nuevo que decir. Y ella sigue ahí, atrapada en su vulnerabilidad. Temerosa.
Y el totalmente violento.