A mis ocho años, en mi casa, era obligatorio tener el domínio de dos caminos: el de la escuela y el del mercado. Y el segundo, por razones obvias, antecedió con creces al primero. Porque inicié su recorrido a los tres. Y hacerlo en línea recta(por ser la misma calle), era cómo desfilar frente a una muestra de la composición social del pueblo y de los niveles económicos.
Y mientras caminaba iba, dependiendo de lo que compraría, escogiendo por cuál de los cuatro portones ingresaría al lugar de abástos. Qué casi siempre era él de la calle San Francisco, por ser un pase directo a la carnicería. Sin embargo, al entrar, siempre llamaba poderósamente mi atención, una barra especializaba en preparar batidas y sandwiches.
Y su mánager, delgado, de abundante pelo lacio sobre el cuello de una larga camiseta blanca y con un pantalón vaquero, lucía tener un control absoluto del resto de los empleados. Pero, lo que dominaba mi apetito, era una hilera de botellones sobre una especie de soberáo. Cubiertos todos, por una tapa de tela blanca, cuya transparencia dejaba ver los dos componentes de la leche cortada: el suero y el queso.
Y por una razón inexplicable, el mandado lo paralizaba la contemplación de lo que pasaba en el interior de los citados botellones. Qué sólo los apeában para, en una relación(de los componentes) cincuenta sobre cincuenta, mezclar a pura cuchara, con azúcar y hielo en un vaso gigante, la boruga. Ó, en la proporción noventa sobre diez, un licuado. Entónces, abría mi mano derecha para mirar los quince centavos destinados al mandado y soñaba.
Pórque los precios de los dos tipos de batidos eran respectívamente, diez y cinco. Y un día opté por el de cinco, qué era una ilusión menos lejana. Ya que en aquélla época, un chele era un 'señor chele'. Que también fue medida de la donación echada al canasto de la parroquia, al momento de la ofrenda en la misa dominical. Tal vez, por una 'conveniente' mala interpretación de un pasaje bíblico.
Pero al cabo de un tiempo, pude juntar mis cinco cheles para la batida. Y una mañana corrí hacia el mercado. Penetré por el portón de la San Francisco y los puse sobre el mostrador de la barra, con el infortúnio de que me distraje y no pude ver la barrida, que con los centavos hizo un empleado. Tirándolos después a la gaveta al otro lado de la barra.
Y el tiempo pasaba y Yo sin batida y sin dinero. Hasta que por el efecto de mi expresión facial(imagino), el jóven inquirió el motivo de mi espera: mi batida--le dije--¿Cuál?--Preguntó--La que pagué con los cinco centavos que cogiste de aquí--añadí. ¡Nó...niño mentiroso! Entónces, prorrumpí en llantos.
Llanto que motivó que el mánager, se acercara de inmediato: ¿qué pása cón éste niño? Y el empleado le dió su versión. Y el encargado con serenidad lo escuchó y de un bolsillo sacó una moneda de cinco y la lanzó al aire, cayendo sobre el mostrador cara arriba. Y lo hizo dos veces más, con el mismo resultado. ¡Sí, el niño te dió dinero! --Afirmó.
Pero le dije(por ser un niño) que no le había dado una moneda de cinco al mozo, sino, cinco de uno. Y el mánager, sobándose la frente, murmuró quédamente:--ésto hace más difícil la prueba--. Sin embargo, le pidió al muchacho que le trajera de la caja cinco cheles y lanzándolos uno por uno al aire, al caer mostraron sus palmitas. Y lo que siguió fué una órden: ¡házle la batida al chico! Y Yo, aún lágrimeando, empecé a tomármela.
Nota: 1) Chele(la moneda de un centavo en dominicana)
2) Palmita(árbol en la cara de un antígüo chele)
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