Desperté con el canto de los pájaros cerca de mi ventana. Mmm...otro día delicioso pensé, desperezándome. Decidí quedarme un ratito más disfrutando la tibieza de esa modorra dulce. A los cinco minutos estaba de pie, dispuesta a gozar del día que tenía libre. Me puse la malla y comí algunas frutas como desayuno, estaban jugosas y ricas. Mientras acariciaba el lomo de mi gata pensé qué gran placer era vivir cerca del mar. Tomé el sombrero y los lentes de sol, un pareo, las llaves y listo. Salí a conquistar el mundo.
Por suerte tenía el departamento a cien metros de la playa. Iba caminando atenta al suelo ya que el piso era algo irregular, no quería caerme ni por asomo. Había más arena que de costumbre, al parecer la marea había subido bastante de noche. Sin embargo algo no estaba bien. Tenía una sensación extraña, no sabía qué era hasta que levanté la vista... No estaba el mar.
Cómo???
Qué???
No, eso no podía ser, no, no podía ser. Dí vueltas sobre mí misma, miré por todos lados, no lo veía. Me largué a reír, qué había tomado a la noche? Pero no, no había tomado nada fuera de un jugo, tampoco medicamento alguno, nada. Pero entonces qué pasaba me pregunté. Caminé y caminé esperando inocentemente encontrarlo. Miré el cielo, se hallaba arriba como siempre, también había nubes y sol, eso de alguna manera me reconfortó. Traté de ubicar a alguien cerca, no encontré a nadie, era Domingo y la gente se levanta tarde. Era mi ciudad, de eso no cabía dudas, se veía mi casa a lo lejos y los mismos edificios, había arena, bah, de hecho la playa ya no era playa, era un desierto. Pero quizás hubo un viento huracanado que llenó de arena el mar? Un absurdo me daba cuenta, qué delirios los míos. No leí las noticias, salí apurada, tal vez me hubiese enterado, pero de qué? De que el mar se había evaporado? Entonces se me ocurrió que todo formaba parte de un sueño, un sueño tan real que no parecía un sueño. Me pellizqué con ganas, y ay, no estaba soñando lamentablemente. Una tremenda desazón y ganas de llorar se apoderó de mí, pero por amor de Dios, en qué mundo me encontraba? Miré el reloj, no sé el motivo, tal vez como una manera de encontrar algo más concreto aunque el tiempo no lo fuera en realidad. Puras preguntas y más preguntas sin ninguna respuesta. Me abracé mucho, me abracé con ternura tratando de calmar el desasosiego, la sensación de desamparo, la desazón en definitiva de mi niñita interna. Fue un gran alivio experimentar mi propio abrazo.
No entendía nada.
Aquello que de alguna forma me había alertado antes de llegar fue el silencio del mar, no percibí el canto de sus olas, su respiración, ese ir y venir lleno de vida del mar, todo eso había desaparecido. Debía aceptarlo como tantas otras cosas. Escuché el graznido de las gaviotas, volando en círculos alrededor mío, estaban tan desconcertadas como yo, parecía que no sabían si quedarse o irse, pero adónde?
Y allí en silencio, permanecí hasta la noche, sentada frente a un inmenso vacío.
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