Una vez que nos quitamos el susto universitario: que allí no se comían a nadie y que estudiando se podían superar las pruebas, pasamos al accesorio, pero no por ello irrelevante, asunto sexual. A tal efecto cada cual tenía su teoría. Que iban, desde el que pensaba que había que salir a buscar "la pieza", hasta la del que consideraba que lo "necesario" se habría- sin búsqueda alguna, ni molestia de ningún tipo- de materializar.
Yo barajaba teorías intermedias entre tales extremos, por tanto, pensando que a la suerte se le habría de algún modo que incentivar. Junto a otro cúmulo de desfachateces que el tiempo me ha ayudado a eliminar. Y es que el tiempo me ha ido convirtiendo en materialista, inclinándome, más bien, por teorías marxistas aplicadas al asunto. Y así, llegando a la conclusión de que, como el amigo Rebolledo mantenía, no hay que buscar para encontrar. Por cierto, fue el primero que se casó. En segundo fue. Llegaron a casa con una encuesta y allí estaba él haciendo flexiones sobre una manta. El caso que congeniaron- él y la encuestadora, me refiero-, y la dejó embarazada al poco. Los acólitos de las aventuras comprobamos de propia mano cómo Rebolledo nos había ganado la partida. Relativamente- dejó dicho Tomás. Pues sostenía- el tal Tomás- que efectivamente había ganado una novia pero al valiosísimo precio de perder la juventud con aquel inesperado casorio.
En conclusión, hubo que cubrir su plaza en el piso, a cuyo efecto pusimos los oportunos carteles e iniciamos un exhaustivo y laborioso proceso de selección- del que se contará.
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