Son las cuatro de la tarde. Ese sol, que secó la ropa en los patios de las casas del centro, se perdió tras gruesas nubes que ahora son una sola lámina plomiza en el cielo. Un viento veloz acaricia la ciudad, lleva en sí diminutas gotas de lluvia.
En un café de la esquina la tarde se ha vuelto oscura, se han encendido las luces que ahora iluminan desde unas lámparas que amortiguan la intensidad de los focos. Ahí adentro el aroma de café abraza todo el ambiente. Afuera los autos, los buses, llenan las estrechas calles.
Finalmente la lluvia se manifiesta íntegra.La voz de un vendedor de periódicos mezclada con el sonido de la lluvia hace del ambiente algo familiar.
Unas flores en el balcón de una casona colonial pintan sus colores, mientras en los vidrios de la ventana el reflejó de la lluvia es la escenografía, de un rostro que mira desde adentro, esta tarde inolvidable.