Hace algunos días leí un breve y hermoso texto sobre los tigres; dónde habitan, cómo se han ido extinguiendo algunos tipos de ellos, la forma en que cazan, el tamaño y habilidades que poseen.
Esta lectura me remitió de inmediato, a varias historias leídas hace ya mucho tiempo: “El libro de la selva”, de Rudyard Kipling, donde a Shere Khan, el tigre, le toca ser el malo del cuento: torvo, salvaje, vengativo, comedor de carne humana, enemigo mortal de Mowgli.
Un cuento de Jorge Luis Borges: “Tigres azules”, extraño y fascinante relato del autor del “Libro de arena”, donde la búsqueda de los tigres azules resulta infructuosa, porque los tigres no son tigres, pero sí lo son.
Luego, el tigre de “El loro pelado”, de Horacio Quiroga: sagaz, ladino, hambriento. “¡Rica papa para Pedrito!”
Estos tres tigres me parecen entrañables, no son buenos ni malos, es su esencia animal. Todos ellos, de una forma u otra han poblado mis sueños de niño, de lector; me han provocado un miedo terrible sus acciones, su ominosa presencia, sus odios y venganzas.
El tigre de Bengala es un felino impresionante, que con su piel color naranja y rayas negras luce majestuoso, viril, digno. Desde las garras, los poderosos dientes, hasta la cola, es el animal carnívoro que más me seduce.
Necesito una relectura obligada de los tres textos mencionados.
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