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Inicio / Cuenteros Locales / Tholdeneir / La Hechicera de Belmor.

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Empezaba a atardecer aquel día primaveral. La brisa hacía murmurar a los arboles de los campos. Se veían algunas mariposas cerca de los arroyos y los cantos de las aves parecían despedirse del sol, que se acercaba al horizonte dejando tonos rosados en el cielo.

Avisté, por fin, el pueblo a la distancia: una gran aldea amurallada. Por este día el viaje terminaría allí. Subido en mi corcel y junto con algunos campesinos, que terminaban su labor diaria en los terrenos aledaños, fui acercándome a la gran puerta principal de los muros.

Esta era la primera urbe que encontraba en semanas. Añoraba volver a sentir la comodidad de una cama en alguna posada. Una vez adentrándome en el pueblo, le pedí la ubicación de la taberna más cercana a uno de los labradores. Decidió acompañarme.

Así fue como llegamos a una acogedora y rústica cantina. Había un lugar con unas cuantas mesas ocupadas por los humildes campestres, quienes aun con el sudor del trabajo en el campo, bebían sendos jarros de cerveza. En un rincón fumaban unos que parecían ser viajeros. Y en la barra parecían estar los más cercanos al pelirrojo ventero, con algunos instrumentos musicales, dándole música al ambiente.

Mi compañero saludó a algunos de sus adelantados conocidos, mientras yo me dirigía al posadero. Sin rodeos alquilé una habitación para un par de noches y dos jarras de cerveza.

Una vez sentados en nuestra mesa, entablamos una conversación con mi compañero. Así supe de algunos rumores del lugar. Tal cómo temía, los lugareños alegaban una extraña energía que circundaba el pueblo. Hace poco se había incendiado una casa, en la que murieron calcinados una joven pareja, dejando a un muchacho huérfano. No se sabía cómo había sucedido. También había un puñado de personas bien conocidas que se encontraban desaparecidas. No insistí en saber más detalles, después de todo, era lo que se venía contando en la última ciudad y en el camino: misteriosas fuerzas amenazaban la tranquilidad de los pueblos.

—Fuera de aquellos problemas —declaró el campesino, más relajado —, este pueblo siempre ha sido un lugar apacible y tranquilo en el cual vivir. Las cosechas han sido buenas, como todos los años.

—Me imagino...

De pronto distinguí que uno de los viajeros me observaba.

Al mismo tiempo, ingresaron dos guardias a la estancia, cada uno con armadura ligera y una espada larga en su cinturón. Todos guardamos silencio.

“Estos tipos hacen una ronda buscando a alguien”, pensé. Tanto el ventero como sus cercanos, pusieron una cara entretenida, acostumbrados al procedimiento que se disponían a hacer los soldados. Éstos recién llegados, se asentaron en el centro de la taberna y uno extrajo un cristal violeta de su bolso, y lo alzó. Dijo unas palabras inentendibles mientras ambos, alertas, posaban una mano en el pomo de sus espadas.

Una luz morada se extendió por la habitación.

El tipo del cristal salió volando, arrojado a una mesa y rompiéndola. Estupefacto, me quede quieto y en silencio, al igual que los otros asistentes. No convenía moverse.

Los viajeros que fumaban resultaron ser hechiceros, inmovilizados. A ambos les brillaban los ojos en un violeta claro, les expelía la magia por ellos. Sus ropajes no lograban ocultar los tatuajes luminosos que cubrían todo su cuerpo en complicadas figuras y símbolos.

El cristal por fin tocó el suelo, destruyéndose en varios pedazos. La luminiscencia de los magos desapareció, mientras el guardia de pie desenvainaba la espada. El sonido del acero vino acompañado por un reluciente reflejo, adornado por unos violetas grabados de luz que recorrían toda la hoja.

—De manera que vienen bien equipados —habló uno de los brujos. Su voz femenina sorprendió a todos.

“Percibo que los guardias perderán la batalla… esos dos brujos están demasiado confiados”.

De entre la mesa destruida, el guardia arrojado se levantaba lentamente, adolorido. En ese mismo instante el otro soldado se abalanzó, listo para esgrimir un mortal corte a la bruja.

“¿Debo intervenir?”




***







La espada reluciente del soldado chocó contra metal. La hechicera había detenido el corte con un alargado puñal.


Alarmada, arrojo el puñal al suelo. Y este comenzó a desintegrarse en un brillo violeta. Solo quedó a la vista el pomo, con forma de corazón.


—De manera que era un puñal encantado —sonrió el guardia.


—Todo lo que poseen está encantado —dijo el otro soldado, ya de pie—, Ríndanse, demonios —desenvainó su espada, oyéndose un afilado sonido. La hoja también estaba forjada con grabados de luz.


El hechicero encapuchado que acompañaba a la bruja, lanzó, de pronto, algo a la mesa más cercana. Rodó en desequilibrio por la madera, la figura de una calavera transparente hasta alcanzar la orilla y caer al suelo. Al impactar en los adoquines se quebró en dos.


Mi acompañante, sin previo aviso, se desplomó… cayendo al piso.


Los guardias observaron al campesino caído, a mí y al mago, consternados.


—¡Bestias horripilantes! —gritó un soldado.


—¡Es otro viajero endemoniado! —exclamó el aterrorizado ventero.


Algunos de los asistentes, enfurecidos, se pusieron de pie. Fue entonces que la hechicera, en una maniobra ágil, extrajo de sus vestimentas una nueva figurilla traslúcida en forma de cráneo y la alzó, amenazante.


—¿Alguien quiere desplomarse?


—¡Qué han estado haciendo aquí, malditos! —masculló el soldado, pero nadie se movió.


La hechicera con el brazo extendido, dio un paso adelante. Los guardias retrocedieron.


“Éstos no quieren causar más muertes”. Mi ira se incrementó, superando el miedo de verme involucrado o de morir, de seguro los demás sentían lo mismo…


—¡Abrid el paso, plaga inmunda! —dijo ella caminando hacia la puerta— ¿Vas a quedarte ahí? —preguntó, de pronto, observándome, inescrutable pero con una leve sonrisa que nadie podría describir.


Sentí un escalofrío.


“Tenía que haber actuado e involucrarme antes” pensé.


Lentamente, desenvainé mi antigua espada, revelando mi autoridad. Brillaba la hoja en grabados de luz violeta… y también de azul. Los demás no ocultaron su asombro.


—Te encontraré, hechicera de Belmor. Nuestro Ancestro por siempre vivirá en nuestros corazones.


Al escuchar la última frase, pude distinguir como su expresión se volvía hirsuta, y en sus ojos se formaba una oscura abstracción. Estaba recordando.


El mago le dio un leve empujoncito y, sin más, escaparon.

Texto agregado el 21-10-2020, y leído por 86 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
23-10-2020 Qué buen relato de fantasía y magia. Felicitaciones! sheisan
21-10-2020 Me encantó cómo describís todo con tantos detalles, muy visual y entretenido. Ojalá continúe en otro texto la historia ;). Abrazo. MCavalieri
 
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