Me había cenado aquella noche un huevo con tomate- conforme sale del bote- y dos filetes de pechuga de pollo; cuando se oye un estruendo en la calle. Nos bajamos el piso en pleno y se trataba de un accidente automovilístico. Con las prisas, nadie llevaba la llave consigo. De tal guisa que cuando llegó la policía encontró, además de al hostiado- in alcohólica causa, dicho sea de paso- a cinco tipos en mitad de la calle en albornoz. No había manera sin concurso de cerrajero de dejar de estar a la intemperie. Ya nos veíamos durmiendo en el descansillo en mitad de aquella escena tan surrealista, cuando a alguien se le ocurrió llamar a la casera- que, aunque vivía en la otra punta del barrio, tampoco distaba demasiado. Nadie recordaba el teléfono. Todo el mundo lo tenía apuntado. No quedaba más opción que llamar a los bomberos, cuando se acuerda Rebolledo- milagrosamente- del teléfono.
Nos llega la señora Pepita con los rulos puestos componiendo, junto a nosotros, una estampa bastante singular. Y así fue cómo, gracias a Rebolledo y su portentosa memoria, entrenada por tochos auténticos de Derecho Romano y otras historias de enjundia legal, pudimos volver a dentro, quitándonos una angustiosa sensación, finalmente, de habernos quedado encerrados en la calle.
"Viva el Derecho Romano"- iba pensando uno para sus adentros, cuando cedió aquella puerta, brindándonos la entrada a la seguridad de aquel hogar, no por compartido menos cálido.