¿Cuál es mi propósito? La pregunta es ya
de por sí un evento inefable.
En lo personal, pienso entre dudas, es
más que vivir en un núcleo familiar o
crear una familia y todo
lo que ello implica, más que dar y asirse
del amor del prójimo.
Es tal vez, una suerte
de voluntad cuyo ingenito motor
está y estará por sobre nuestra existencia;
en la que “todos los caminos conducen a Dios” pero claro, y esto le da más validez
a lo que pienso, sin llegar a ser presuntuoso – “Pero no todos son correctos”-
El redil que me ha sido señalado;
ya casi muestra su última roca,
esa roca que no es más que el fugaz
reflejo del olvido, el final fraguado
en lo elegido.
El tiempo, mi tiempo:
Ese espejo memorable que sentencia
sin oportunidad de apelar; escribe ya
su último verso: “Has venido a morir”.
Tenía una idea; intento recordar, escribir,
sentado en el viejo sofá no más que yo
eso es seguro.
La espontaneidad ya no está a la orden
del día, ya ni siquiera sé, si es de día.
Me sumo entonces en el recuerdo
de un estado primitivo,
indómito,
salvaje.
¡Salvaje, como me gusta esa palabra!
Estado en el que, en mi silente paso
hacia la blanca sombra
añoro regresar, pero claro,
voy en dirección contraria,
Abandonando este cascaron
como un pregón a la vida.
Aun no logro traer a cuento
aquella idea, tal vez porque
no es importante. Por otro lado,
si llegase a la sala del altísimo,
hay algo que me gustaría decirle:
“Señor, no deberíamos morir para siempre”
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