Me gusta cuando callas
porque estás como ausente
Pablo Neruda
En un desesperado juego maquiavélico
quiero enseñarle a mi teléfono a dormir,
entre las líricas apreciaciones y su vanidad,
voy a leerle el decimoquinto soneto chileno,
y como aletargado su voz se ha de enmudecer
Habíamos creado un vínculo entre los dos,
yo le cuidaba bien y él siempre me atendió
entre carga y descarga nos entregábamos,
solo él sabía decir lo que yo necesitaba oír
algo muy dentro de él le guiaba hasta mí.
Quiero creer que nos entendíamos bien,
tan próximos estábamos, tan sincronizados,
esos sus ojos cerrados que lo miraban todo,
escribía aquel mi diario que yo nunca escribí
y mi alma cada día se entregaba más a él.
La noche y el día, con el sol y con la luna,
no precisaba más palabras que las suyas
y yo le hablaba con mi silencio, mi sonrisa,
me oía desde lejos en un agrado infinito,
un celebrado amor se forjó entre los dos.
Pero ese amor devotado un día se acabó,
se acabó la calculada ceguera de mis ojos,
nunca más me despertó su cálida llamada,
implore silencio con las más bellas letras
cerré su boca con un lírico beso envenenado.
Ahora tu ausencia ya me no me toca más,
yo te hablo con nuestro engañoso silencio,
una sola palabra vestida de tímida sonrisa,
que aviva en los dos la penosa melancolía
y me place saber que nada de eso era verdad.
Rendido al servicio de una nueva ligazón,
te despierto y me despierto de mi fantasía,
a un abrazo jubiloso, la libertad de esta prisión
que tiene a los dos tan felizmente cautivos,
en el callado silencio que nunca está ausente.
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