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Inicio / Cuenteros Locales / Abunayelma / LAS APARIENCIAS (relato a dos manos)

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Un día, la población se inquietó por la llegada de un viejo camión en la plaza de mercado. Llegó una mañana para dejar su mercancía, varios hombres se arremolinaron a su alrededor para ayudar a bajar la mercadería.

El conductor bajó del vehículo, tenía un mal aspecto, se veía débil y demacrado, con una palidez intensa que provocaba miedo. Estaba más lleno de muerte que de vida, pero aun así, pertenecía al mundo de los vivos.
Agradecido, saludó con mucho afecto a cada uno de los fortuitos ayudantes.
La parte más difícil del plan, vender todos los productos, era ahora su siguiente meta.

Decidió hacerse de clientes, y para ello, los precios que exigió, eran bastante atractivos.
Rápidamente la aglomeración fue notable, pues la noticia de la llegada del vendedor de la capital, corrió como pólvora de boca en boca por todo el pueblo.

El interés fue en aumento, al punto tal que, sin casi percatarse, el asombrado comerciante comprobó que en un par de horas, la gran mayoría de lo expuesto había cambiado de mano.

Y ahí estaba, agotado pero satisfecho, cuando un anciano se acercó al camión…enfocó sus cansados ojos a los del vendedor, y casi murmurando, preguntó…

-¿Qué puedo comprar, que no sea muy caro?
-Cualquier producto de los que tengo es económico-

Contestó el vendedor quien tenía por nombre Alfredo y tomando una fruta de su camión, se la regaló al anciano.

Este sonrió en agradecimiento.

Para Alfredo, la mirada de aquel hombre le resultaba muy familiar, sus ojos penetrantes parecía que lo veían todo, tenía una tez oscura de sol y barba mal afeitada, con arrugas muy profundas, y ojos pequeños. Su sombrero, su traje con chaleco, su mirada…era casi la viva imagen de aquella foto que una vez su padre le mostró de su abuelo.

Hablaron un buen rato, como si fueran viejos conocidos o grandes amigos, hasta que el anciano percibió que Alfredo estaba tan blanco como un saco de harina y dijo: “A enfermo, niño o anciano, hay que tenderles la mano”.

Y convenciéndolo lo llevó al hospital regional, conduciendo el camión de Alfredo.
El médico lo revisó de pies a cabeza, le hizo análisis de todo tipo, y habló con unas palabras técnicas que fue imposible retener ni siquiera los nombres.

Alfredo se portó como un soldado, si le hubieran pedido que aplaudiera con las orejas, también lo habría hecho. Luego de todo un día de ir de acá para allá con frasquitos, y placas, el médico dijo:
-En una hora estarán los resultados.

Una enfermera apareció en aquel cuarto solicitando al paciente, los documentos para llenar unos informes; entonces recordó que estos estaban en la guantera del camión. El anciano se ofreció a traerlos, Alfredo asintió con la cabeza y le entregó las llaves del vehículo.

El anciano se estaba demorando más de la cuenta, se empezó a preocupar por su nuevo amigo, así que decidió ir a buscarlo, cuando se disponía hacer esto apareció el médico.

El doctor se puso los anteojos para leer. De un sobre de papel manila extrajo un informe y dirigiéndose a Alfredo comenzó a hablar:

-El examen ha diagnosticado- Se detuvo ahí, y con una cara que no se ajustaba al análisis que iba a anunciar, volvió a leer el informe.
-El examen ha diagnosticado, que tiene una infección a causa de una bacteria la cual se combatirá con antibióticos, pero no es algo grave.

Alfredo estaba contento, sintió como si le quitaran un peso de encima, luego se dispuso a buscar al anciano, cuando apareció la enfermera le informó que los documentos se los había entregado a su acompañante, el cual ya se había marchado. Alfredo salió corriendo del hospital y no vio ni al anciano ni a su camión.

A las corridas regresó al hospital, se dirigió a la enfermería, ubicó a la enfermera que lo había atendido y con pocas palabras relató lo sucedido.

Acompañado por el encargado de seguridad del hospital, quien se ofreció a brindarle ayuda, llegaron a la Jefatura de Policía, para presentar una denuncia por robo de documentos personales y del camión. Fueron atendidos por un cordial agente quien los llevó a la oficina del Jefe, Romano Salcedo. Éste, luego de escuchar los detalles pertinentes, se dirigió a nuestro más que ofuscado Alfredo…

-Estimado señor, por ser este un pueblo chico, todos nos conocemos, a semejanza de una gran familia, espero me comprenda, y por lo tanto le diré que de acuerdo a la descripción que nos ha dado de ese tal °anciano°, lamento comunicarle que tal sujeto no pertenece al pueblo. Es de suponer que se trata de un malhechor que aprovechó el momento y las circunstancias propicias, para dar el golpe, y desaparecer sin dejar rastros. Lo único que puedo hacer es dar aviso a las cercanas comisarías del condado, informando del suceso. Esto es todo por el momento, estimado. Deje los datos al Agente García, dónde podremos informarle de producirse alguna novedad.

Sin sus papeles, sin su camión, con solo lo puesto, se quedó sentado en la recepción de la Jefatura de Policía…no sabía cómo saldría de este embrollo.

Raúl, el gentil agente de seguridad del hospital, trató de calmarlo y le sugirió que se albergue, por lo menos un día, en lo de Doña Jacinta, propietaria de la única pensión del pueblo.
Y hacia allí se dirigieron…



Una nube de polvo y arena volaba debajo de las ruedas del camión que se desplazaba rápidamente. El camino era una carretera polvorienta, llena de curvas, que cruzaba bellos cañaduzales y extensos cultivos de tabaco. El °anciano° sonreía maliciosamente, sabía que el arte de agradar es el arte de engañar, sin levantar sospecha alguna, hurtó el vehículo, pero la vida le enseñaría que quien riendo la hace, llorando la paga.

Después de haberse alejado por varios kilómetros, llegó a un pueblo desconocido, se bajó del vehículo y se dirigió a un establecimiento a tomarse un café con toda la parsimonia del mundo. Sabía donde dirigirse a vender su botín, aunque estaba seguro que no le ofrecerían mucho por lo hurtado, porque el camión no se veía en buen estado, la cabina era de color rojo con la pintura desgastada por el sol, la madera de la carrocería estaba agrietada y el motor, con su ruido, pedía un cambio a los muchos años que tenía.

Una vez que terminó la bebida se fue sin que nadie se diera cuenta y sin pagar, pensó en desplazarse a un lugar apartado para dormir dentro del vehículo. Sacó las llaves del bolsillo, le costó mucho abrir la puerta que estaba muy dura.
Despertó con los primeros rayos del sol, se dio cuenta para su sorpresa de que las puertas estaban bloqueadas, no tenía ningún modo de salir del coche. Estaba totalmente cerrado y bloqueado a pesar de los intentos del ladrón, atrapado y sin posibilidad de salir.

Solo Alfredo, el dueño del viejo camión, sabía de los desperfectos, o arreglos mal hechos, que a simple vista no se veían. De tanto en tanto la puerta se atascaba; para abrirla había un pequeño truco, era darle tres empujones, dos hacia arriba y uno hacia abajo.

No tuvo más remedio que pedir ayuda golpeando los vidrios con las manos para hacerse oír, la gente se fue acercando para ayudarlo, pero sin conseguirlo.

El Agente García, que vivía en ese pueblo, pasó en su motocicleta y vio el aglomerado de gente, entonces se acercó.
Alguien le comunicó lo que estaba pasando y cuando se aproximó al camión vio la placa del vehículo; estando al corriente del caso del hurto y después de luchar, con la ayuda de los vecinos, logró vencer la caprichosa puerta. Acto seguido procedió detener al sospechoso y llevarlo a la Jefatura.

Una vez allí, un corto interrogatorio, más el obligado vistazo a los archivos policiales, pusieron en evidencia la verdadera identidad del °anciano°, dueño de un frondoso prontuario sobre sus hombros.
Resultó ser un conocido malhechor, con varias entradas y salidas de la cárcel, que provisto de inteligentes disfraces lograba embaucar a sus presuntas e inocentes víctimas.

Aquí se separan las historias de nuestros dos principales personajes.
El supuesto “anciano”, camino a la Cárcel del Estado, donde la justicia le otorgará unas nada agradables vacaciones tras las rejas.

Mientras que Alfredo, luego de recuperar su camión y documentos, emprendió el regreso a su comarca, no obstante con los bolsillos vacíos, pero con una nueva experiencia en su haber.



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Autores
FABIAN GUZMAN SANCHEZ /fabians7 (Colombia)
BETO BROM (Israel)

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@Derechos de Autor Reservados


Texto agregado el 16-10-2020, y leído por 118 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
26-10-2020 Buena historia, con un incauto y un bribón que cayó atrapado por las mañas del vejestorio de camión que se dignó a robar. Si hay alguna moraleja, es que es mejor ir al médico con regularidad antes que otro lo haga, con fines retorcidos. Un abrazo a ambos autores. Se acoplaron bien, pese a los giros. guidos
19-10-2020 Un título muy propicio, un relato con un buen hilo conductor que no tiene giros inesperados en los párrafos, una sola idea, el final sorprende, al ser dos cuenteros de nacionalidades diferentes se siente un poco el cambio de las palabras para decir ciertas cosas. jalvarez
19-10-2020 Excelente experiencia el haber realizado un texto a dúo. El cuento siempre será la puerta a otra realidad de la que podemos tomar y guardar algún rasgo de su enseñanza. fabiangs7
17-10-2020 Hay aprovechados en todos lados. Muy entretenida la historia. Abrazos a ambos. MCavalieri
17-10-2020 Hmm...una verdadera pena. MujerDiosa
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