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Era su última ronda del día. El reloj de su mano izquierda marcaba las diez de la noche y en el autobús que conducía solo iban él y un anciano. Solo unas diez paradas más y ya estaría de regreso en casa.

Cerca de las diez quince se subió un trío, formado por dos hombres y una mujer. Le llamó la atención que los hombres subieron a rastras a la mujer, que iba vestida con una sudadera gris y una capucha que le ocultada la cabeza, pero a juzgar por el aliento a alcohol que emanaba de la boca del hombre que pagó por los tres supuso que venían de alguna discoteca y que la mujer se había dormido producto de una borrachera, así que no le dio mayor importancia.

El trío se ubicó al fondo del autobús, con la mujer en medio de un asiento y un hombre a cada lado de ella. Por el espejo retrovisor notó que uno de los hombres le susurró algo al anciano, que iba en el asiento de adelante. Al poco tiempo el anciano empezó a mostrarse nervioso, mirando en todas direcciones y revisando constantemente la hora en su reloj.

Cuando ya iban a pasar por una parada el anciano se levantó y caminó apresurado a la salida.

-A-aquí me q-quedo -dijo con voz temblorosa. Era extraño. El anciano siempre se bajaba dos paradas más adelante.

-¿Está seguro? -dijo mientras se giraba hacia él. Al mirarlo notó que su cara estaba empapada de sudor y que su cuerpo temblaba.

-S-sí, m-muy s-seguro.

Detuvo el autobús y abrió la puerta. El anciano se precipitó a salir, mientras él lo seguía observando extrañado. ¿Por qué hacía eso el anciano? ¿Qué lo había hecho actuar así? ¿Habrá sido ese susurro que observó? ¿Qué le pudo haber dicho el hombre para generar tal reacción en él? No podía entenderlo.

Prosiguió su marcha. Ahora solo quedaban él y el trío. Una parada después se bajó uno de los hombres y tres paradas después el segundo.

-¿En qué parada se queda tu amiga? -le preguntó al segundo de los hombres antes de que se bajara. El hombre se limitó a sonreír y bajó del autobús sin decir palabra alguna.

Solo quedaban cinco paradas. El miró a la chica por el espejo retrovisor. Seguía dormida, con la cabeza apoyada en la cabecera del asiento de adelante y los brazos cruzados. Lanzó un hondo suspiro. La única forma de saber donde se quedaba era despertarla y preguntarle.

Se acercó a ella y le movió el hombro, pero no hubo reacción. Tal vez hablándole al oído tendría mejor suerte. Hizo para atrás la capucha que ocultaba su cabeza y retrocedió horrorizado. La chica tenía clavado un cuchillo ensangrentado en la nuca.

Texto agregado el 15-10-2020, y leído por 83 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
16-10-2020 Buen prólogo para una novela de misterio. torovoc
15-10-2020 Está muy bueno, coincido con Beto en que sería interesante que siguieras la historia. Abrazo! MCavalieri
15-10-2020 Un preámbulo muy bien desarrollado. Quedo a la espera de la continuación... Shalom amigazo Abunayelma
 
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