Javier yacía recostado en la cama desde hace un par de meses. Su cara de angustia y resignación se han mantenido desde que comenzó su enfermedad, y con más razón ahora ya que con suerte podía mover sus brazos. Usualmente la gente entraba a verlo unos cuantos minutos, apenas le hacían una pregunta, lo acariciaban en su cabeza, rozando la cicatriz de su operación, y luego se retiraban al living a consolar a la esposa.
Un día llegó un señor a la puerta de la casa, vestido con un poncho que le tapaba hasta las rodillas y un sombrero de paja para protegerse del sol. La esposa de Javier lo reconoció de inmediato, le regaló una sonrisa cálida y lo dejó pasar. Al entrar a la casa, el señor dijo "vengo a ver a mi compañero", a lo cual la mujer con una seña le indica donde estaba la pieza de Javier.
El señor abrió la puerta de la pieza donde yacía el hombre. Se le acercó tranquilamente y le tocó la frente para que despertara. "¿Cómo se siente don Javier?", le pregunta el señor, a lo cual sin abrir los ojos, responde "Aquí como me ves". Apenas recibió dicha respuesta, el señor levanta su poncho, para mostrarle que traía unas tijeras en sus manos, y le dice "he venido a vengarme. ¿Se acuerda que usted me quería cortar la tula?".
Javier abre sus ojos sorprendido al oír esas palabras. Mientras tanto, el señor levanta las tapas de la cama que protegían a Javier y le dice "ahora usted no tiene como defenderse, esta es mi oportunidad para cortársela yo primero". Se miraron fijamente por un par de segundos y finalmente comenzaron a reírse a carcajadas.
La esposa de Javier escuchó las carcajadas y se dirigió rápidamente a la pieza. Al abrir la puerta, vio que su esposo se retorcía de la risa en la cama. Frente a eso, la mujer se acerca al señor del poncho, le da un abrazo y le dice "gracias por venir, eres el único que lo hace reír" |