Te extraño sin recuerdos.
Te extraño distraído sin sensaciones
como si me hubieses condenado el alma.
Te extraño aquí sin emociones.
Te busco en el oscuro paisaje
recordando tristes visiones.


Esas hermosas piernas
que nunca dieron el largo
de los verdes pastizales,
que se han quedado en letargo
arrancados de la fértil tierra,
despidiendo un olor amargo.


El sonido de la muerte
que pintó el aire de rojo.
Los golpes de palos secos
que te hicieron cerrar los ojos,
apagando la luz de las cosas
cerrando esos labios rojos.
Dulces frutillas deliciosas.


Tu voz acallada en la madera
se desvaneció susurrante,
entre alucinantes temblores.
Los tuyos de dolor inquietante,
y de excitación los míos.
¡Hoy más que antes!


Me torturas en los gritos
que no se apagan en mi cabeza.
Me torturas en las lágrimas
que no supe llorar con tristeza.
Y en el repulsivo olor
impregnado en la pieza.


Te amo todavía.
No te preocupes más amor.
Recuerdo cuando me decías:
¡Muero yo por ti!
¿Mueres tú por mí?


¡Qué me dices ahora!
Callada como siempre.
Tan distante, tan fría.
Te llevas la monotonía
dormida de casa vacía.


En tus tibias manos
estaba la felicidad,
y en las mías el castigo.
Como muñeca rota,
ya nadie podrá jugar contigo.
Te estuve esperando, ¿sabes?
para que jugaras conmigo
pero no despertaste.


Tuve que librarme de ti.
Tuve que dejarte atrás.
Encerrada tras la puerta
crepitando entre las llamas.
Te soñé encendida
de pasión amando en la cama.


Hay días en que mi carne
se quema en la esperanza
de arder sobre tu piel,
es cuando sé, que me
quedé en esta pesadilla
y ya no sé como volver.


Despiértame pronto
de este mal sueño.
Te juro que nunca
pedí ser tu dueño.


Ardiendo yo aquí
y tu ardiendo allá.
Imagino como te quemabas
en el silencio de mi culpabilidad,
humeante entre las llamas
retorciendo mi tranquilidad.


Me torturas en los gritos
que no se apagan en mi cabeza.
Me torturas en las lágrimas
que no supe llorar con tristeza.
Y en el repulsivo olor
impregnado en la pieza.