¿Cuándo fue que te escuchaste, contándole a tu amiga por whassap, como lo habías conocido?
En ese momento no te percataste del engaño. Compraste la casa rodante, el bote inflable, y el motor fuera de borda de 50 hp, sólo para complacerlo, porque a él le gustaba navegar. ¿Acaso te preguntó si vos querías sentir el ir y venir del agua, que el viento te despeinara, mojarte los pies mientras las avutardas huían en su vuelo?
Fue allí, en ese instante que descubriste al taimado, que te había hablado durante ocho meses de aquella mujer que tuvo como novia. La misma que se llevó la carpa de cuatro metros de largo por dos metros de alto, el bote semirrígido y el motor fuera de borda de 10 hp. Esa, que le enseñó a navegar por los lagos del sur y que lo acompañó a recorrer el país, con la camioneta cuatro por cuatro, atravesando y recorriendo los parajes más distantes, transitando caminos sinuosos en las montañas con riscos, la que le instruyó a organizar los víveres, para llevar de campamento, y no gastar en necedades.
Esa, que lo abandonó, dejándolo solo y vulnerable hasta que te conoció.
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