-Le pedí prestadas las tijeras al José Peña, hijo del Peña que jugaba al arco en el Deportivo Cañuela, usted debe haber oído hablar de él, su papá era el viejo Silverio, un tío gordo que vendía carbón y pan amasado en donde ahora está la casa de las hermanas Fernández; una de ella fue secretaria de la junta de vecinos de La Loma, era la bonita, la que pololeó con el viejo Cárdenas, un rondín de los ferrocarriles que era bueno para el trago y que una noche estaba tan ebrio que se metió en la pieza de la hermana, la Sonia, creo que se llamaba y se acostó con ella y, entre chillidos y gritos sofocados, la Sonia no reclamó para nada y varios meses después tuvo guagüita y los que la conocieron a la santa bebita, dicen que se parecía harto al viejo Cárdenas. Harto poco favorecida tiene que haber salido para parecerse al viejo ese que tenía ojos de sapo y nariz de oso hormiguero. Bueno, como le iba contando, las tijeras estaban melladas, así que fui donde el loco Castro, el que es hijo del zapatero, el tuerto que perdió un ojo en el Ejército, ya que dicen que se le disparó el fusil y por poco lo mata, aunque hay otras versiones que dicen que recibió una patada de una yegua y algunos juran que esta es la verdad y que el tipo era medio zoófilo y que se había entusiasmado con las ancas del animal. Entonces, para salvar su honra, que la yegua se la había salvado a sí misma y sin pedirle ayuda a nadie, se inventó eso del escopetazo. El asunto es que las tijeras estaban en muy malas condiciones, así que el loco Castro me dijo que las dejaba como nuevas, pero que ese trabajo valía cinco mil pesos y como las tijeras no son mías, sino del José Peña, ese que es hijo del Peña que jugaba al arco en el Deportivo Cañuela, le dije que no la arreglara mejor porque eso le correspondía al José Peña, ese que es hijo del José Peña, ese que…
-… jugaba al arco en el Deportivo Cañuela?
-El mismo. Por lo que le devolví las tijeras al hombre y le pregunté, de paso por su padre, el que jugaba al arco en el Deportivo Cañuela y me dijo que hace muchos años que estaba bajo tierra y que antes de morirse, se había casado con una niña treinta años más joven que él y que el viejito no se amilanó con la diferencia de edad y tuvieron como cinco hijos, eso sí, todos de diferentes padres. Porque la Carmela, que así se llamaba su madrastra –y que era más joven que el que contaba esto- muy buena mujer sería, pero a la hora de amarrar la jauría de la pasión, ella escondía la cadena. El asunto es que me quedé sin tijeras y lo único que yo quería era podar el árbol de la entrada de mi casa, el que me lo plantó el Azuceno, que mantenía todos los jardines del barrio y que se había casado con la hija del profesor Bello sin la venia del viejo, el que la desheredó por este atrevimiento y la niña no pudo terminar sus estudios de Psicología y que mucho tiempo después se involucró en una estafa muy sonada y a la que la prensa de la época le dio mucha importancia y era que no. La Domitila, que así se llamaba la mujer, después se dedicó a vender ropa usada y falleció hace poco en el Hospital de Linares que es donde vive su hijo mayor, el que vende seguros y que se casó con la Marielita Diéguez, hija del mayor exportador de la zona y que se especializa en poner en el mercado la fruta seca. Por lo tanto, el nieto del Azuceno, el que se casó con la hija del profesor, se ofreció para podarme el árbol y fíjese que cuando le cortó las ramitas, como que me quedé sin recuerdos.
-¡Alabado sea el Señor!
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