Era su cerebro el que la excitaba, sus ideas, el que enseñara las poesías de Ezra Pound, el que la instruyera acerca de los versos endecasílabos.
Mientras ella le mostraba con humildad a los escritores de la pag.deloscuentos.net , el navegaba en la vasta cultura de su profesorado de filosofía.
Conoció los versos de Djuna Barns, una poetisa pionera en lo erótico, nada comparable con Gioconda Belli, le dijo.
Duró poco, porque él no estaba en toda su gallardía como hombre, y eso lo desmoronó por completo cuando acusó recibo de que estaba en decadencia su cuerpo, y que su poder existía solo en su cerebro. Era un ser gordo, fétido, inabarcable, con una vasta cultura general.
_Andate y no vuelvas más_ le dijo aquella tarde de domingo apacible.
Ella volvía una y otra vez a escuchar las palabras sabias de sus labios, aunque sospechara que cada vez serian menos y que al final a él lo absorbería la soledad indómita de estar con su singularidad a cuestas.