Fui yo quien los presentó. En mi ingenuidad adquirida, ni por un instante se me pasó por la mente que el podría hacerse dueño de mi esposa; no sospeché de ninguna manera respecto a lo que ella podría llegar a hacer con él, tan dispuesto y amistoso que no podía constituir ningún peligro, juzgué, equivocado en su momento.
El caso es que en pocas palabras, merced a mi estupidez pasada, ella no vive sin él. Fui reemplazado ni gradual ni diplomáticamente, ante mi amada: hoy mi esposa confía todo en absoluto en él, duerme con él y despierta cada mañana ansiosa por tocarlo y tenerlo cerca suyo. Hace años dormimos en dormitorio separados por comodidad y más de una oportunidad en media noche, al pasar por la puerta de su dormitorio, pude verla dormida con una sonrisa mientras el yacía encima su vientre casi agotado al extremo de tanto responder a toques y roces femeninos, una y otra vez, una y otra vez.
Dirán ustedes que contar semejante desvergüenza humilla a quien la padece, en la medida que quien sufre semejante desdén en lugar de llorar, debiese actuar contra su oponente si de verdad ama a su dama. Ciertamente, puede tener algo de cierto.
No sería honesto no reconocer que mas de una vez me vi pensando en acabar con él de una manera u otra; incluso urdí planes para eliminarlo físicamente y gozar al verlo desparramado sobre la acera emitiendo sus últimos sonidos. Mi educación religiosa empero, hasta ahora me inhibió de semejantes actos extremos.
Además, confieso que me dolería mucho destruir un IPhone de semejantes prestaciones y precio.
Tal vez un día se canse, aburra o aparezca otro...
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