Me preguntaba si alguna vez en mi vida he hecho un verdadero gesto solidario, algo así como un pase-gol, que en el fútbol se define a la habilitación precisa y generosa para que el beneficiado, sea este el compañero de equipo, el amigo o aquel que aguarda expectante ese envío que le abrirá alguna puerta o logrará que su existencia adquiera algunos espacios de dignidad. Confieso que han sido las mías ensoñaciones bien intencionadas que verdaderas ayudas y si alguna vez he estado en disposición de hacerlo, todo se ha disuelto en el tráfago de los días, de las promesas y de la realidad mezquina que aborta todo intento.
No me referiré a las pocas y contadas ocasiones en que le he tendido la mano a alguien, en contraposición a las veces que he recibido esos gestos dadivosos que me han salvado de caer en el despeñadero. Son actos que conservo en un recinto donde guardo como hueso santo el agradecimiento, esperando que alguna retribución mía honre en parte esa generosidad.
Existen seres que nacieron para colocar ese pase preciso, esa puerta que se entreabre para que el afligido descubra la luz. Imagino que existe alguna conformación genética en ellos que les permite estar en el lugar propicio, acaso en el polo opuesto de aquellos seres que mendigan favores y lucran con esa condición implorante. Son los laucheros de la vida, los que se arrancan con los tarros y con gesto cariacontecido muestran su lista de carencias.
Yendo a lo práctico y caminando por caminos bastante paralelos, creo que el único pase-gol que he realizado en mi vida fue en un partido que jugamos contra el INBA, internado santiaguino de larga data. Como representantes del Darío Salas, acudimos a su pequeña cancha de fútbol, terrosa y poco amigable. Se jugaban los últimos minutos de un partido bastante disputado y en una tole-tole, el balón quedó manso frente a mis pies. No disparé al arco, como hubiese sido lo más lógico y percatándome que entraba por el centro Briones (cuyo nombre se desbarrancó hace rato de mi memoria) le envié un pase preciso que él transformó en el tanto de la victoria. Un pase-gol, acaso uno de los pocos que he servido en esta existencia. Y ni siquiera ese puedo contabilizarlo como legítimo, puesto que ya en los camarines, los muchachos celebraban el triunfo y palmeé al Briones, como socios legítimos del gol. Éste me contempló dubitativo:
-¿Tú me hiciste el pase? Estaba seguro que me lo había hecho el Estévez.
No tiro todo por la borda y pienso que tal vez algunas simples y vagas palabras que he ofrecido a algún oído consecuente o algún gesto mínimo, podría contabilizarlos como situaciones equivalentes a un consejo. No pierdo la fe y sigo escarbando en mis recuerdos tratando de encontrar el momento aquel en que le brindé apoyo a cualquier cristiano. Impera esa necesidad de devolver la mano y ayudar a quienes lo necesiten, especialmente en estos momentos de tantas carencias.
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