Las hay con respaldo, sin él- o taburetes-, acolchadas. También las hay postreras. La eléctrica, por ejemplo, o la de dar garrote. Es decir, no hay nada más sustancial a la humanidad que el invento de la silla. El hombre, o animal sedente, ha hecho del sentarse un arte. Con la silla, vino la mesa y con la mesa, además de otras muchas cosas, la literatura. La literatura y estar sentado van parejas. Se puede comer de pie y otras muchas cosas, pero para escribir, hasta no hace mucho, se precisaba de una mesa. La mesa y la literatura eran la misma cosa hasta que llegaron los portátiles, los teléfonos móviles y las tablets. Que permiten escribir en cuclillas- sobre el ordenador portátil-, de pie- con el teléfono móvil o la tablet-, y tumbado- con los dos últimos elementos. El hecho no ha sido suficientemente explicado, pero supone un antes y un después en nuestra historia de las letras.
Letras de mesa y sin ella será la distinción que habrá que introducir en el futuro para explicar el último fenómeno literario: escritos más sucintos y con la inestimable colaboración de un elemento nuevo en liza: el corrector de escritura predictiva.
Pero qué tenía que ver esto con las sillas. Ah, sí, que la silla trajo la mesa y la mesa favoreció la profesión literaria y el tiempo se ha hecho circular hasta el punto de que la oralidad con la que apareció el fenómeno que no precisaba de mesa ni de silla para fabricar historias, ahora tampoco, merced al auxilio de la electrónica, que ha dejado las cosas en su sitio: principio del fin de la tiranía de los carpinteros y parecidas raleas. |