Hoy viniste a visitarme entre las flores como todos los domingos, donde mis mañanas se escabullen entre los filetes de madera y los gusanos interceptan las entrañas. Todo permanece casi inmutable en este cerco; tardes, almas, noches, congeladas en mi ser como una misma sensación irrepetible. Y los tacos te aproximan sumida en el retorno, con la mirada atada a las formas de estas letras al borde de los huesos, soñando ser mi amante bajo el gris de las estatuas. Entonces tu silueta se reclina ante mis ojos que nada pueden predecir en complacencia, hurgando los vestigios bajo el humus de este amor distante habitado por las hierbas. La sirena alerta tu partida a todos los rincones, mientras la tarde, como un duende invisible de dolor, se diluye en los senderos de más tumbas.

Todo queda al resguardo de cuatro paredones unidos por una reja, como un eterno pensamiento emergiendo de estas lápidas, en un inmenso espejo de sorpresas.

Ana Cecilia.