Los olores que se perciben, que el mundo desprende, que nos envuelven justo en el instante que en el que estamos, mirando hacía delante con inquietud por las heridas que arrastramos de atrás, son sencillamente olores que olvidaron la fragancia de los momentos felices, pero... los aceptamos, los cargamos en nuestra alma aunque nuestras huellas cada vez queden más hundidas por los pecados ajenos, por nuestros pecados.
Pecados que no son más que empujones que esta sociedad nos ha ido dando para que caigamos una y otra vez, una y otra vez en un bucle sin fin.
Los olores, los hedores que se presentan aumentan el asco que siento, el asco que me ha ido acompañando, con el paso de los años, se agranda cada vez más.
Mis ojos ven, mi cerebro intenta comprender y mis manos actuar...
¿Pero cómo actuar? si los que deciden, los que dirigen, los llamados a portar el cayado del pastor no son más que unos ridículos escondidos tras sus mesas sin hacer nada que intentar tapar su mediocridad, culpar a las ovejas de que se las coma el lobo mientras ellos duermen, si ni siquiera han visto al puto lobo en su vida.
Mis ojos ven, mis orejas escuchan e intentó parar mis manos...
Puedo soportar el nauseabundo olor que desprende el mundo, de momento, por ahora. Mientras que la rabia se arraiga en mi consiguiendo hacer desaparecer el raciocinio que me ha controlado siempre.
La mediocridad nos envuelve y nadie se mira ya cara a cara.
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