En cierta oportunidad la tomaron de las manos y le regalaron amor mirándola a los ojos, como lo hace tímidamente la tierra al enfrentarse al sol; por la mañana o con el suave clamor de una noche sugestiva fue acariciado por primera vez su cuerpo, explorada sus avenidas desvaneciéndose y dejándose llevar. En el tumultuoso desván de las emociones aparecieron los fantasmas y los pudores, así como la garúa cae suave sobre el lomo de un prado fértil, de esta forma y todas las veces que sucumbió a los clamores de la carne le vino esta sensación terrible de abandono, sin embargo el éxtasis fue más poderoso y separó la mente de la sangre ardiente encumbrándose en un grito ensordecedor. Se había roto algo, el cristal púrpura del bajo vientre y encarcelada como había estado con ese candado frío y pesado de la culpa, de la culpa que no era culpa sino los celos de una madre que a puño de voz le había infringido miedo y retroceso, vergüenza, de esa excesiva que no hacía otra cosa que apartarla del orgasmo, del placer, de lo bueno de la vida. Pero esa vez, fue cogida por la cintura, besada en su alma débil, mordida con dulzura y deseo en el lóbulo de su oreja izquierda, no pudo más que soltar las alas de sus gaviotas maniatadas y darle el vuelo merecido, se había hecho hembra.
De esa primera vez vinieron otras, y sobre el manto de las noches venideras, de las mañanas y las tardes otoñales, de los veranos floreales y las primaveras desvencijadas, en los inviernos tormentosos, bajo el cúmulo de estrellas y sobre tréboles, mesas, sillas, tierra y por donde la pillara le dio rienda suelta al cuerpo acomodando sus amantes por horario, por estatura, posición y edades, por cómo le acariciaban la espalda, le besaran sus ojos y los labios desmaquillados, de forma que nunca dejó de hacerlo hasta que la vejez hizo lo suyo, un enorme cansancio de cama le venció el talento, distrajo sus llamas y apaciguó el alma; mal había estado su madre al pensar que batirse a duelo con el trémulo roce de otro cuerpo era cosa odiosa; hoy se la ve sonriendo y haciendo el amor con sus recuerdos y quizá con ese, el único que le incendió las vísceras y rasgó su vientre cuando por primera vez echó a volar las aves engrilladas de su privada adolescencia.
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