Sin nada que decir se quedó el hombre ante la belleza irrefutable de aquellas piernas largas y lisas como las pestañas de su amada hija antes de morir; no pudo más que maldecir los años que ya habían provocado estragos en lo que antes lucía con orgullo. Enamorarse a su edad no era asunto menor, como las viejas praderas ven llegar las flores nuevas cada año y anclarlas en su tierra, era lo que él quería calladamente mientras sorbía la última taza de café, en el Café Francés. Imaginada ser dueño de sus labios, pasionales junturas de carnes rojas y húmedas donde su lengua repasaba por encima y abajo el labial púrpura sangrante que más que un color era la daga maligna en el corazón de Lorenzo.
Por así decirlo ella lo sabía, ver al viejo esparcir sus feromonas por detrás de su cuello al pasar y retirarse le hablaban de un ser abierto en cuerpo y alma a sus encantos, y pensaba:

''una hembra como yo que sólo sabe usar un labial rojo carmesí, sentarse con sus piernas bien cerradas en el café de la ciudad provocar de esa manera''?.
Uno nunca sabe lo que entra por los ojos , si una postura inclinada, una sonrisa casual, una mirada desapercibida, un perfume funesto y embriagador, un brassier a pocas líneas de caer, sugestiva interpretación de los vahos del momento.

Puso entonces un billete en la solapa de esa mesa, abrió su cartera y de un escopetazo mató lo que le quedaba para mostrar. Un fuerte vozarrón se despidió del mozo instándolo a acercarse al teatro Las Meninas donde dejaba poco y nada bajo el lente del pudor, entre plumas y tacones ese miembro generoso que tanto honor hizo a su padre.