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Don Mario es un número y un nombre más en el voluminoso legajo denominado Informe Rettig. Tras los abusos de la Dictadura, recibió un precario reconocimiento que no alcanza a cubrir los traumas, las invalideces y ese recuerdo infame que retumba en su mente.
En tiempos de turbulencia y atrapado por la maquinaria feroz de la dictadura, fue torturado, le destrozaron sus entrañas a puntapiés y culatazos, lo mataron. Pero antes vivió una vida.
Rescatado de manera providencial entre una ruma de cadáveres, recibió atención urgente y esmerada que lo regresó a este mundo. En su alma primaba la mansedumbre y la paciencia, entendía que era objeto de las vicisitudes, era un profesor que sanaba con sus propios ensalmos las cicatrices de su cuerpo. Comprendía que esa violación intempestiva le dejaría arabescos en su mente, dolorosos enclaves, ecos de tortura y desprecio.
Pero sanó, fortaleció aún más su espíritu inclaudicable y la vida le ofreció caminos más prometedores. Se casó con una mujer que sintonizaba con sus ideales, los que flameaban con viento a favor. Vinieron los hijos, las apreturas y las rémoras del pasado. Pero todo se hizo más llevadero con esa familia que se fue multiplicando y diversificándose.
Pero ese ayer tempestuoso pareció regresar por lo suyo y la alternativa pareció ser la fuga. Nadie lo sabe, pero todos intuyen que esos espectros abominables jamás lo abandonaron. Y el prefirió marcharse de sí mismo, transformarse en un extraño rodeado de desconocidos.
Y esta vez si que lo sorprendió la muerte, en un lecho de hospital, asediado por los espíritus de los que fueron abatidos por las enfermedades, en el silencio lúgubre de la sala interrumpido sólo por el mascullar monocorde de las máquinas.
Anteayer falleció y debido a las imposiciones de la pandemia, como parientes lejanos seguimos su funeral en una pantalla de TV, tal si todo fuera una ficción de esas que se turnan en los diferentes canales, con el ataúd montado sobre el dispositivo que lo sumergiría en la tumba. Sus familiares lo despidieron entre lágrimas que se pixelaban, sufriendo las voces y los cantos las distorsiones inevitables de una transmisión. La pena era transfigurada por la tecnología, pero eso no fue obstáculo para despedir en silencio a ese hombre bueno que ahora sí abandonaba esta existencia, entrando a ese umbral desconocido que nos permite elucubrar tantas y tantas teorías. Adiós don Mario, se le recordará siempre, hasta que la noche de los tiempos nuble nuestra memoria.












Texto agregado el 25-09-2020, y leído por 168 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
26-09-2020 Intuyo que es real. pero que triste, pobre hombre. Estara en paz. jaeltete
25-09-2020 Quizás real, tal vez imaginaria, pero lo que sí muy real desarrollada. Mis felicitaciones. Shalom amigazo Abunayelma
25-09-2020 Qué bien escrita esta historia sobrecogedora, que por si fuera poco se me hace muy real. Felicitaciones. Un abrazo, sheisan
25-09-2020 —Al leerte veo a otro sobreviniente que como tantos llevaron en su piel y en su alma las cicatrices de la opresión. En mi caso fue Don Sergio, que en todo sentido se asemeja a Don Mario. Fue un muy buen amigo y compañero que además de no poseer un título fue un excelente ingeniero y un gran profesor; nos enseñó a muchos titulados lo que no aprendimos estudiando, además nos inculcó como enfrentar los vaivenes de la vida. —Gracias por abrir nuestra memoria y un gran abrazo para ti. vicenterreramarquez
25-09-2020 Números, somos números para el sistema. Que con D. Mario se vaya toda la numeración inhumana. Un saludo Daiana
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