En el pueblo los cables de luz se habían multiplicado,
Cuantos días, cuantos meses, cuantos años habían pasado,
Para darme cuenta de que el expectante futuro nos había alcanzado.
Habían quedado atrás las boticas, ahora son farmacias;
quedaron atrás las parteras, ahora son los médicos;
quedaron atrás los destartalados camiones, ahora son los autobuses;
los aperos de trabajo fueron sustituidos por modernos tractores;
los viejos televisores en blanco y negro fueron sustituidos por de color;
aquellos cassettes en formato análogo fueron sustituidos por audios digitales;
pero la música folclórica caribeña jamás desapareció.
Y años después de ese avance a la innovación llegó al pueblo algo inesperado, inaudito ¡un terremoto!, que vino a destrozar de la noche a la mañana el usufructo de humildes familias, gran parte del pueblo quedó en ruinas. La gente vivía en albergues y cocinaban al aire libre. La muerte trágica de varias personas vino a dejar una especie de hueco en nuestras vidas, ahora lo recuerdo bien, era en aquel entonces un pueblo de lamentaciones y lágrimas.
Un mes después la ayuda empezó a llegar, los cientos de personas que habían perdido casi todo, fueron recobrando el ánimo, raramente se escuchaban los lamentos. El pueblo a pesar de la devastación, empezó a levantarse de sus escombros, el valor de la gente para recuperarse fue simplemente extraordinario. Desde entonces la música caribeña empezó a escucharse con mayor intensidad.
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