Aunque crean que se trata de un hecho sencillo, no es tarea fácil para un fantasma encontrar a quien gustaba perseguir.
Eso me lo confirmó el mío, cuando un día llegó, o se apareció de repente, en mi nueva casa, a la que había llegado hace unos años.
La última vez que supe de la existencia o no existencia de aquel, había sido muchos años atrás, antes de que dejara mi ciudad por temas de estudios y posteriormente me asentara en otra por cuestiones laborales.
En todo ese tiempo, que calculo serían unos 33 años, no supe del susodicho espectro.
Pero él del cual guardaba algunos recuerdos poco gratos, no cesó de buscarme, literalmente por cielo, mar y tierra.
Contra lo que se puede pensar, un fantasma no tiene el poder de la ubicuidad y no sabe nada de entrelazamiento cuántico, por lo que su destino no está ligado o encadenado al humano.
Tiene, me dijo, el poder de traspasar paredes, algo que hacía con mucho deleite inicialmente, pero que al final le terminó por aburrir.
Cuando se dio cuenta de que yo había desparecido, lo cual intuía inicialmente por conversaciones que obviamente espiaba detrás de las paredes, se inquietó, pero después entró en pánico.
Una vez que se convenció de que me había marchado, comenzó una búsqueda de mi paradero, lo que le tomó años, pues no resultaba sencillo para el reunir evidencias, en primer lugar pues no tenía parientes cercanos y no había amigos a quienes espiar y sacarles algunas pistas.
Pero, una vez recordó que había oído una conversación mía con una ex novia a la que le contaba las ganas que tenía de formarme en matemáticas, pero no de cualquier tipo sino que de aquellas que me facilitaran el acceso a la geometría sagrada.
De esa manera, pudo comenzar a buscar información y poco a poco dar con mi paradero.
En ese intertanto, yo me había casado, tenido hijos y divorciado. Cuando llegó no me reconoció. Me cuenta con cierta aprensión y sin ganas de herir mi ego, que "había cambiado un poco", remarcando esta frase, lo que significaba evidentemente "mucho".
Me contó de los sufridos días de su hégira, de las veces que fantasmas más poderosos y molestos lo hostigaron, pero igualmente me contó de otros que lo ayudaron en el camino y le dieron algunas señas que le permitieron llegar a mi domicilio.
Me contó, finalmente, que estaba contento de haber logrado encontrarme y que a pesar de los miedos que había generado en mi desde pequeño, sentía orgullo en lo que había conseguido en la vida.
Fue un momento bastante emotivo. Yo, en tanto, mirándolo fijamente, le dije que no le perdonaba que se hubiera ocultado dentro de un muñeco de ojos claros, que tenía sobre una repisa y que él hacía resplandecer de noche. Pero entendió que era una broma y se largo a reír con aquella risa fantasmal, grotesca y gutural que oía en mis sueños infantiles y que nunca pudo controlar y que entiendo era parte de su ser.
Entonces, saqué de una maleta el mencionado muñeco y lo dejé sobre un mueble y al instante supe que se había acurrucado dentro, pues me guiñó un ojo. |