En un lejano, lejano lugar,
cuyo nombre ya no creo recordar
vivía un ser mitad hombre, mitad bestia
que amaba disfrutar su soledad.
Así, cuando los niños invadían su hogar,
Solía espantarlos y hacerlos llorar.
A nadie le gustaba que aquel ser,
No quisiera nunca compartir,
Pero todos sólo se limitaban a ver,
Porque en paz les gustaba vivir.
Sólo unos cuantos hombres,
Se habían atrevido a pelear,
Buscando más espacio
Donde sus hijos pudieran jugar.
Pero nunca nadie,
Había a la bestia derrotado
Era tan fuerte y tan malo
Que en segundos a todos había aplastado.
Tristes, pero sin más que hacer
Los pobladores se limitaron a aceptarlo
Y al poco tiempo, terminaron a la bestia ignorando.
¡Cuánto gusto le daba a aquel!
Ya nadie más invadiría sus jardines
Ni escucharía a nadie leer,
Tontas, tontas historias que sólo los hombres podían creer.
Después se puso a pensar,
En qué hacerles para poderse vengar...
Pasó días y días pensando,
Y ni un segundo se dejaba de cuestionar
¿Qué les podría quitar, para hacerlos enojar?
Y pronto encontró la solución,
Recordó que más que correr, o jugar
A los humanos les gustaba hablar...
Cuentos, e historias contar, en fin,
Hablar, hablar y hablar.
-Un momento, -volvió a pensar-
¡CUENTOS! Eso es, ¡CUENTOS! Si les robo los cuentos todos se entristecerán, ya no tendrán mucho de qué hablar y al fin así podré el silencio absoluto apreciar.
Ese horrible y extraño ser,
Odiaba a los mounstruos y a las princesas,
A los castillos y a los magos. Tan sólo anhelaba que alguna vez, alguien se pudiera de los cuentos deshacer.
Y comenzó a robarse todos los cuentos del lugar, De Blanca Nieves o Cenicienta ya nadie podía hablar!
Entonces, la bestia sí era feliz,
Contemplaba a los hombres buscar, buscar y buscar, y enojarse porque no habrían de encontrar todos los cuentos que ya comenzaban a extrañar.
Hasta que una vez, vio a una pequeña niña perdida, entrando en su inmenso jardín, desconcertada, pero llena de valentía.
¡Cuánto coraje sintió la bestia,
que de inmediato abandonó su asiento,
para ir a buscar a la invasora, quien también buscaba al ladrón de cuentos.
¡¿Qué haces tú en mi casa?! Gritó la bestia a la pequeña, quien sin temblar, le respondió: ¡Te he venido a reclamar! ¡Nos has dejado sin cuentos, y tampoco nos permites entrar! Ya no podemos jugar, ni hablar, y quiero decirte que no me gusta vivir así, devuélveme los cuentos ahora!
Sorprendida, la bestia volvió a mirar a la pequeña valiente, pero también le preguntó. ¿Por qué te he de regresar los cuentos, si así soy muy feliz? Odio, odio los cuentos y créeme que de aquí no han de salir.
¡Tan sólo dime dónde los tienes!
–Dijo triste la pequeña.
-Están encerrados en mi sótano- dijo orgullosa la bestia –pero no te los voy a regresar, porque si vuelven con los hombres, los van a contar y a contar y más cuentos ya no podría soportar.
La niña escuchó atentamente
Todo lo que la bestia le decía,
Y pronto agregó: ¿Pero si los odias tanto,
Para qué los quieres? ¿Los odias, y los tienes? Yo no tengo lo que odio, porque no lo quiero.
Nuevamente, sorprendió a la bestia... -¿Los odio y los tengo? Entonces, Tengo lo que odio, y ¿Para qué lo quiero?.
La niña, miraba a la bestia pensando, y al mismo tiempo pensaba en cómo escapar, con todos los cuentos que planeaba robar.
Cayó el Sol y la bestia por fin habló:
¡Tienes razón! ¡Ya no soy tan feliz, porque sé que tengo conmigo lo que odio, cuando no lo quiero! Y muy triste, abrió la puerta del sótano para liberar a los cuentos.
La niña, ya más que feliz estaba triste,
Porque había conocido a la bestia,
Que no era tan bestia porque era mitad hombre, y tenía sentimientos de hombre.
Se acercó a él, y lo tomó de la mano: ¡Ahora, un cuento te voy a contar! Y al instante comenzó a hablar.
Aquel extraño ser, supo por fin distinguir el verdadero valor de los cuentos, no eran sólo un montón de palabras que la gente usaba como pasatiempos. Tan sólo con ver a la niña, reír y reír, él también pudo distinguir, que la ilusión es la que hace creer y vivir.
Y la imaginación crece, tras escuchar cada cuento, para después, inventar cada cuento... que toda la gente habrá de contar.
Entonces la horrible y humana bestia corrió y volvió a atrapar a todos los cuentos que habían logrado escapar.
Molesta, la niña preguntó: ¿Por qué los volviste a encerrar?
Y la bestia sonriente contestó: ¡Es que ya me empezaron a gustar!
Sin nada por decir, media vuelta la pequeña dio, muy triste pues había fallado en su misión... Cuando de pronto escuchó:
¿Qué son los cuentos sin alguien que los sepa contar? ¡Qué se abran las puertas de mis jardines, pues los niños podrán entrar y muchas historias me habrán de relatar, que permanecerán guardadas en un lugar especial.
Así, la niña informó a todo el pueblo, que la bestia los dejaría entrar, siempre y cuando tuvieran buenas historias por contar.
Desde entonces, en aquel lejano, lejano lugar, se han guardado cientos de miles de cuentos, esperando que algún día ustedes los puedan escuchar.
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