Te deseo y sé que así será, que desde hoy y para siempre haya muchos quesos en tu vida. Esa fue la última frase del mensaje de WhatsApp con el que mi novia decidió terminar conmigo.

¿Si me dolió? Tal vez. ¿Me sorprendió? Por supuesto. Pasé un año con ella, con todo lo que eso implica y para terminar conmigo, envía un mensaje de texto, lleno de frases estúpidas que con toda seguridad fueron previamente consensadas con sus amigas.

Decidí no responder ¿Qué más se puede decir?

Me hallaba procesándolo, cuando un aviso emergente en la pantalla indicó que recibí otro mensaje suyo, decía: “besos, quise decir besos en tu vida...”, pero decidí ya no leerlo. Eliminé el chat y bloqueé su número.

La costumbre hace que dejemos de percibir los detalles del entorno, pero hoy fui consciente de que esta es una localidad, vinícola, ganadera y turística, por eso no es raro que en cada esquina haya locales ofertando una enorme variedad de quesos. Esa tarde al salir del trabajo, en el autobús un niño pequeño y feo en el regazo de su madre me miraba fijamente mientras masticaba un dedo de queso mozzarella de esos que venden empacados y que se supone que son golosina saludable. El niño pequeño y feo me sacó la lengua y me hizo un gesto desagradable, así que contesté con una mueca peor que lo hizo llorar.

Al llegar a casa encontré sobre la mesa una nota de mi madre, diciendo que pasó por el departamento para dejarme comida. Al abrir el refrigerador me encontré entre otras provisiones una preciosa charola de quesos, que me liquidé de inmediato junto con unas seis latas de cerveza al tiempo que generaba un perfil en Tinder en el que registré como mala broma privada que me gusta el queso.

Obviamente esa mujer no tuvo intenciones de así fuera, definitivamente no es tan lista, si esa puta hubiera querido maldecirme, lo habría hecho con tantas ganas que seguro le sale mal, sin embargo y espero que nunca llegue a saberlo, cada vez que me tropiece con un queso, acabaré pensando en ella.