Aaah! Nuevamente el ilusionista alegraba a su publico. Les daba conejos de la chistera y resortes de los calcetines. Les daba globos de todos colores, y mantenía la sonrisa en sus caras.
El ilusionista volvía a su casa e imaginaba su vida en pocos segundos, y como la mantenían a su alrededor. Se concentraba para ver cada pedazo de lo que había ocurrido ese día, desde el mas pequeño niño hasta la risa mas estridente y molesta de su trabajo.
Se imaginó, luego como el conejo sacaba un cuchillo para matar a cada niño de esa sala, y detener cada risa de ese lugar. Luego, como
envolvía las paredes para aislar cada sonido, cada murmullo. El conejo, nuevamente le servía de ayudante en sus quehaceres. Luego de matar a
todos y aislar los sonidos, el conejo le acomodaba los pies, le pasaba su libro favorito y le servía de almohada para estar tranquilo de una vez por todas.
Entonces, como otras veces en su mente, el dejó el libro, y mató al conejo por entretención. Lo persiguió por la sala putrefacta de niños muertos hasta que una vez mas dió con él detrás de una mesa. Al ver que estaba lo suficientemente acorralado como para destruirlo en un segundo,detenía su mente unos segundos para mantener y ver desde varias perspectivas la temblorosa imagen de aquel servicial conejo
blanco.
Luego de observarlo unos segundos en su mas asquerosa fragilidad, lo toma de las orejas y acto seguido lo guarda en su sombrero, como otras
veces en sus fantasias le había corrido el sentimiento de muerte.
Decidió acostarse finalmente. Entre los papeles de colores y pañuelos que había sacado para entretener, el descansa unos segundos. Cierra los
ojos, y duerme. El conejo, sabiendo que todo esta mas tranquilo, se expulsa del sombrero, y comienza nuevamente su danza de muerte hacia el ilusionista, dormido, soñando, imaginando.
El cuchillo, ya limpio de la anterior matanza, era de color blanco, tal como la pata asesina que lo sostenía. De a poco, iba cortando cada pedaso de su amo, que tranquilamente seguía durmiendo entre las ilusiones de los demás.
Tal vez lo que necesitaba era quemar ese espantoso lugar y quedarme sin mente -se dijo el Ilusionista- Sin ella, podría al menos realizar mis
sueños sin practicarlos o regalarselos a alguien mas.
Se acostó en el sillón y volvió a soñar.
Nuevamente el ilusionista alegraba a su publico. Les daba conejos de la chistera y alejaba de sus vidas sin significado, para regalarles una ilusión en la que eran felices. Todos, menos él, que era al
parecer, el único que se daba cuenta que nada de eso era real. |