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Inicio / Cuenteros Locales / Vaya_vaya_las_palabras / El ataque del mosquito

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Después de dos años de arduo trabajo, el Mosquito Mx era, por fin, una realidad en mi laboratorio. Solamente le faltaba el software adecuado y entonce sí, estaría en condiciones de cumplir su primera y única misión de campo. Yo tenía planeado hacerlo volar desde mi residencia en Berlín. Sin embargo me pareció conveniente viajar a Buenos Aires y rentar allí una casa en el barrio más tranquilo y discreto que pudiera encontrar en las afueras. Pensé que tal vez nadie sospecharía de un extranjero con apellido alemán difícil de escribir y pronunciar.

El día D se acercaba velozmente y la violenta tentación de cambiar de plan me asaltaba con frecuencia. A punto estuve de reemplazar al Mosquito Mx por un simple revólver. Pero la nanotecnología era mi vida y me había dado tanto. Gracias a ella y a la geolocalización pude encontrar el lugar exacto donde el abogado Florencio Martínez celebraría su fiesta de casamiento; el salón donde ese miserable bailaría, oh sí, su último vals.

Me alojé en el modesto barrio de Lanús. Con el correr de los días miré a mi alrededor y tantas medidas de precaución y seguridad me parecieron inútiles. Abrí las cortinas para que entrara la curiosa y amarillenta luz solar del hemisferio sur, dejando que algunos vecinos miraran desde la vereda. Unos pocos me saludaban solamente con la mano, pero mi torpe castellano me convenía para no proporcionarle a esa gente información innecesaria acerca de mi trabajo y propósito.

A solamente tres días de su primera misión oficial, el Mosquito Mx ya estaba listo. Había superado con éxito las exigentes pruebas de vuelo, acercamiento y contacto directo con el objetivo. Incluso su visión infraroja funcionaba a la perfección. Desde mi puesto de telecomando yo me entusiasmaba hasta el paroxismo con maniobras dificilísimas, obligando al Mosquito Mx a ejecutar las acrobacias más osadas entre árboles y antenas de televisión. A veces mi crueldad me sorprendía a flor de piel, sobre todo cuando me acordaba del abogado, y entonces el mosquito se ensañaba especialmente con algún pobre animalito que sorprendía en el vecindario, haciéndolo sufrir mucho e innecesariamente, acción de la que pronto me sentía arrepentido.

Para no caer en esa misma crueldad, decidí cambiar de software. Por suerte, había traído desde Alemania el de «manipulación mental», que era la manera más benigna de darle al culpable su castigo merecido. Por supuesto, en sus vuelos de entrenamiento, el Mosquito Mx ya no se ensañaba con nadie. Al señalarle su próxima víctima desde mi puesto de telecomando, el mosquito solamente se encargaba de inocular el software de «manipulación mental" y entonces, por ejemplo, un gato que caminaba plácidamente sobre el tejado de pronto comenzaba a ladrar como perro y después a cantar como loro y después a correr como avestruz y después a colgarse de los árboles como mono tití y después a mentir y a traicionar como maldito abogado. Así su voluntad (y potencialmente la de cualquier otro ser vivo) llegaba a estar bajo mi control absoluto. Los resultados podían ser muy divertidos, claro. Pero esa diversión se desvanecía enseguida, cuando mi corazón recordaba las injusticias de esta vida, y mis ojos se llenaban otra vez de sangre.

El día anterior al día D, apareció en el matutino más importante de Buenos Aires un curioso artículo en la sección de farándula y espectáculos. Allí destacaba la fotografía del abogado Florencio Martínez junto a su feliz y flamante pareja, nada más y nada menos que una de las modelos más hermosas y cotizadas del momento. El periodista que había escrito el reportaje no escatimaba detalles, como por ejemplo la enorme fortuna que había desembolsado el abogado para la felicidad de su ego, más allá de la de su futura esposa y sus casi quinientos invitados. Finalmente los novios abordarían un crucero multimillonario para disfrutar de una luna de miel de cuento de hadas. Pero lo que nadie sabía era de donde había salido dicha fortuna, ni a quién había pertenecido anteriormente.

Él me daba por muerto. Y jamás sospecharía (hasta el último momento) que yo estaba ahí mientras en el altar él daba el sí frente a su sonriente prometida, justo antes de que, de repente, apareciera un mosquito de la nada para pincharle en la punta de la nariz. Desde mi puesto de telecomando yo gozaba con la aparición de esa enorme y dolorosa roncha y con los intentos del abogado por ocultarla con un pañuelo. Su hermosa novia tenía que hacer acalorados esfuerzos para mirarlo a la cara.

A esa roncha le siguieron varias más. Una apareció en el mentón, otras tantas en la papada, algunas se distribuyeron en las mejillas y las orejas; el rostro del abogado apenas podía adivinarse bajo aquella serie de hinchazones. En la pantalla de mi telecomando destacaban las ronchas y el pañuelo blanco del abogado, con el cual trataba de espantar algo en todas direcciones. Nadie en la ceremonia entendía nada, porque la velocidad de los ataques del Mosquito Mx lo hacía prácticamente invisible. Y todavía faltaba lo mejor. El golpe maestro del control mental.

Las señales de audio emitidas por el mosquito eran de alta fidelidad. En mis audífonos escuché que alguien pedía por un doctor, y mientras el rostro del abogado Martínez se llenaba de vendajes y apósitos, yo activé la última fase de mi misión. Ahora el Mosquito Mx volaba directo a las nalgas del abogado para inocularle la micropartícula infectada con el software de control mental. Antes de doblegar su voluntad con el fin de hacerlo subir a su auto y conducir hasta su estudio, donde redactaría y firmaría los documentos pertinentes, decidí divertirme un poco más.

Primero lo hice cacarear como gallina mal dormida, justo en la cara de sus distinguidos invitados. Después lo obligué a quitarle el vestido a la novia y finalmente vestirse él mismo de blanco, incluyendo las pantis y el porta ligas, para salir luego saltando y tirando besitos por la puerta de la Iglesia.

El Mosquito Mx lo escoltó hasta su estudio. Desde mi puesto de telecomando comprobé que todos los documentos estuvieran convenientemente redactados y rubricados. Sin embargo yo no me sentía feliz. Es más, en ese momento me quedé como piedra, mirando mis dedos sobre los botones del telecomando. Ese fue mi último recuerdo hasta que sentí detrás de las orejas un zumbido y después el doloroso pinchazo en la nuca (escribo este reporte desde una hermosa playa en una isla caribeña, creo).

Texto agregado el 20-09-2020, y leído por 300 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
27-09-2020 Entretenidísimo cuento con un final abierto para que cada cual lo resuelva a su gusto. Una simple pregunta: ¿nos arrendarías ese mosquito a nosotros, los chilenos, para inoculárselo a nuestro presidente y para que de una vez por todas cumpla todo lo que prometió y no se dedique a proteger a los privilegiados. Espero precios y disponibilidad. Un abrazo, amigo. guidos
23-09-2020 Esta buenisimo, cre que los mosquitos ultimamente son muy inspiradores. jaeltete
21-09-2020 Hey me gusta. Escribi el cuento "un extraterrestre" el mismo dia q tu? Es el mismo tema! Por Dios nos espian e invaden! Aaavedemetal
21-09-2020 oh sí, su último vals cafeina
21-09-2020 Gran cuento. Me entretuve mucho con las andanzas del mosquito Mx. El final abierto me dejó pensando. ¿Será que el protagonista usó el mismo mosquito para eliminar el cargo de conciencia? No estoy seguro, pero lo cierto es que me gustó. IGnus
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