Me encontraba falto de imaginación, estancado. No pongo abatido porque me parece un exceso. El caso es que tenía malas sensaciones en el peritoneo como algo visceral pero de respuesta débil, cuando llegó aquel e-mail misterioso. Sólo había que pulsar sobre un aspa en el ángulo superior derecho. La promesa era de muchos quilates: por fin al alcance de un click la felicidad. Ni que decir tiene que no creía una palabra y que tras aquella pequeña pulsación - pequeño paso para el hombre-se encontraba un importante retroceso de mi humanidad. Pero subsistía el misterio. Llevaba ya una hora envuelto entre las sábanas con aquella duda más que metódica formando un enorme signo de interrogación que se me atravesaba en la cabeza, cuando decidí pulsar el aspa.

Y efectivamente era la felicidad en forma de treintañera bonaerense de finas facciones y esbelto cuerpo que se ofertaba para una relación. Me pareció todo tan bonito que no lo creí y es que a menudo es con la verdad con lo que mejor se engaña. Por una serie de coincidencias lo supe después que aquel anuncio era cierto. Se trataba de una linda argentina que con idea de radicarse en Madrid ofertaba su amistad por internet.
Desde entonces he pulsado otra aspa y sólo he logrado llenar el buzón de e-mails inoportunos todos con ofertas comerciales que me han dejado la penosa sensación de que en este mundo es, al menos, muy difícil acertar.