Y así fue, ni más ni menos. Ni una coma, ni un punto demás.
Todo estaba allí clarito. El pueblo entero miraba con ojos de no entender nada,
con una mueca de satisfacción y morbo.
Quedó escrito con tinta y papel: Que aquel ser extraño debía de ser desterrado,
y no atreverse a volver, o le esperaba la cárcel o la pena de muerte.
Textualmente lo habían escrito los “grandes pensadores del pueblo”.
Decir que es un ángel es una blasfemia. Creerse un ángel es una locura.
Y disfrazarse de ángel era un delito.
Hasta soñar era peligroso porque podía ser contagioso.
Lo sacaron hasta los linderos del pueblo y leyeron la sentencia.
El los vio con ternura, encogido de hombros.
Al terminar de oír la sentencia: Abrió sus alas y emprendió el vuelo a lo largo y ancho de la bóveda celestial...
En el pueblo los niños se quedaron sin su Ángel de la Guarda.
Texto agregado el 16-09-2020, y leído por 82
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