Sobre las horas, tiempo
perdido, imaginado, repetido.
Un tímido concierto
de segundos que pasan
en soledad forzada.

Entre mis manos,
la nada
se despierta de nuevo
y tengo frío.
¿Será otra vez el mismo
pensamiento que abrigo
sin siquiera entender
que es mi destino?

Ya no te pienso,
tampoco duelen
los lunes como antes.
Pero encuentro recuerdos
mientras llega el silencio.

He usado un cronograma
con risa autorizada:
una dosis por día,
llorar por las mañanas,
tragarse los lamentos,
y a la tarde, el domingo,
conversar con el viento.

También hice un manual
de oraciones casero,
y cada noche empiezo
un repertorio nuevo.

Los martes me permito
mirarme en el espejo
y aunque nunca me veo,
hay un vestido negro,
y zapatos gastados
que esperan en el suelo.

Debajo de algún sueño
me oculto cuando espero
que pase la avalancha,
llevándose los miedos.
Salgo después al sol
y estrujo sus destellos
mientras miro las nubes
partidas en el cielo.

Alguien trae esperanza,
y yo no la desprecio,
ya aprendí que la vida
es solamente un juego.