La sonrisa que deseo. En una cara que me busca entre la gente. Sobre unos labios embebidos en alcohol y un rubor en las mejillas. El sonido ambiente es un murmullo que desaparece cuando tus ojos me encuentran. Y cuando se entrelazan nuestras miradas se desarma en ese instante el destino. Como si un terremoto se hiciese espuma. Y la espuma burbuja. Y la burbuja aire. Y el aire desapareciese de mis pulmones. Y mis pulmones vacíos necesitaran respirarte.
Se activa así un imán que nos atrae. Me acerco. Despacio. Tartamudeando mil ideas. Todas tus letras en mi cabeza arremolinadas. Acompañado del pasado que inventamos para no quedar desnudos de historias. Para que tengan fundamento unos latidos acelerados. Para querernos como nunca se han querido dos extraños. Y es esa fuerza magnética que me impulsa a buscar tus manos. A sentir tu piel. Ese contacto que apacigua mis ganas. Y las tuyas. Encapsuladas en ese silencio vertiginoso que hay entre nosotros aunque fuera sople un huracán. Mientras, seguimos atrapados en la magia de todas las primeras veces de cada nueva primera vez de todo. Y cuando tu boca, casi pegada a la mía, se abre. Cuando tu lengua busca la melodía que sabe que quiero escuchar. Cuando la primer silaba suena a mi nombre. Mi boca. Y con ella mi alma y mi cuerpo, te besan. En un beso que te confirma. Que te elige. Que te nombra madre de mis cuatro hijos. Mujer conmigo en el lugar que elijas. Aunque llueva. En las alegrías y en las penas. En la salud y en la enfermedad. Todos los días de mi vida. Hasta que la muerte nos separe. La muerte. U otra realidad. Porque esa noche, en ese bar, vos y yo estuvimos del lado equivocado del universo. En un mundo paralelo en el que nunca nos llegamos a besar.