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LA HISTORIA DEL ABUELO: PRIMERA PARTE.

Nuestro abuelo parecía arrepentido de haber insistido tanto en que tuviéramos menos contacto con la televisión y más con la naturaleza. Crecimos en una finca extensa de su propiedad y no se cansaba de repetirnos que teníamos muchas hectáreas para hacer lo que nos viniera en gana. Pero esa noche estaba preocupado. Le parecíamos aún demasiado jóvenes para pernoctar en el establo. Éramos siete en total, entre primos y hermanos, hombres y mujeres. Los menores tenían apenas cinco años, mientras los mayores ya teníamos doce. Pero conocía lo tercos y obstinados que éramos, y por eso sabía que no íbamos a acatar la orden de dormir esa noche dentro de la casa. Entonces tuvo que recurrir a sus sutiles y deliciosas artimañas. Aceptó que ya éramos bastante grandes para pernoctar fuera, y sobre todo, admitió que sabía que no nos íbamos a entrar en la madrugada a causa del frío, ni de los ruidos, ni de nada. Y era verdad. Aunque éramos miedosos todos, estábamos juntos; y los mayores no podíamos demostrar debilidad para no debilitar a los menores ni a las niñas. Entonces, valiéndose de una postura de resignación y mostrándose vencido ante nuestra terquedad, se ofreció a narrar una de sus historias antes de irnos a dormir bajo la escasa protección del muro de ladrillo a media altura del establo, y sus tejas de barro apoyadas en un cielorraso de cañabrava y arcilla.

Esta historia, la que escuchamos todos sentados a su alrededor tratando de hacerse cada uno a un pedazo de la inmensa ruana que a esa hora siempre lo cubría, resultó ser un poco diferente al resto de las que acostumbraba narrar. No tenía principio ni fin. Tampoco intermedio. Porque lo único que se limitó a decir fue:
-“¿Ustedes han oído hablar de El Umba? ¿No? Pues resulta que “El Umba es más vivo que el que lo columba”. Pero les voy a contar qué es El Umba: tiene el cuerpo como el de un perro grande… ¡como Tíber! (Tíber era el paciente y enorme pastor alemán del abuelo), pero su cuello es largo, muy largo, casi como el de una jirafa. Posee un rasgo inconfundible: aunque sus patas son como las de un perro, sus huellas son fácilmente identificables porque unas de sus extremidades delanteras es… diferente de las otras,…es… ¡humana! ¡Una mano humana con uñas largas! Yo creo que El Umba habita por los lados del “Mapurito”, en una de esas cuevas ocultas en el cafetal, y de vez en cuando baja al riachuelo a beber, para lo cual tiene que apoyar su mano humana en el fango y estirar su largo cuello. He visto sus huellas, incluyendo su mano humana. Del riachuelo se dirige después al Pangolar, donde está el lago, y saca algunos peces. No es ninguna nutria la que se los roba, como todos pensábamos…es El Umba. Y tengan siempre presente: El Umba es más vivo que el que lo columba…”
-“Y ¿qué hace el Umba, abuelito?”
-“No sabemos. Sólo se sabe que El Umba es más vivo que el que lo columba”
-“Y ¿tú lo has visto…?”
-“No. De hecho casi nadie. Porque El Umba es más vivo que el que lo columba”.
-“¿Y nadie lo puede agarrar?”
-“Parece que no. Como ya saben, El Umba es más vivo que el que lo columba…”
-“¿Y por qué no?”
-“Pues sencillamente porque el Umba…”
-“¡…es más vivo que el que lo Columba!”- contestábamos en coro.
-“Así es. El Umba es más vivo que el que lo columba”.

En algún momento quisimos preguntar qué quería decir “columbar”, pero aún sin saberlo, la frase tenía sentido: “El Umba es más vivo que el que lo columba”.

Después de la breve historia y de contestar a todas nuestras preguntas con la misma respuesta, el abuelo se despidió uno a uno de sus siete nietos presentes y aventureros e hizo ademán de irse a la cama. Mientras nos dirigíamos al improvisado y pobre campamento, cada uno, callado, pensaba en El Umba: en su cuello de jirafa, en su cuerpo como el de Tíber… en su mano humana. Por muy valientes que nos sintiéramos, nos aterrábamos individualmente repitiendo en nuestra mente: “El Umba es más vivo que el que lo Columba”. La historia era algo pobre…tal vez ni siquiera era historia, pero se debía reconocer que hizo vibrar los cuerdas más ocultas de la imaginación de todos nosotros. A tal punto que cuando nos disponíamos a dormir, casi nadie habló, contrario a como ocurría todas las noches que pasábamos juntos. En cada cabeza se visualizaba la imagen de aquel ente, algo gracioso, de no ser por su mano humana…y por aquella famosa peculiaridad: “El Umba es más vivo que el que lo Columba”.

Al principio nadie quiso admitir que lo hacía por miedo, mucho menos nosotros, los dos varones mayores. Pero respaldados por algunas razones rebuscadas, fuimos levantando el campamento y bajando en fila india hasta la casa con las cobijas y almohadas en la mano. Una de nuestras tías nos abrió la puerta sin decir una palabra. Tampoco nosotros dijimos algo. El abuelo había logrado su propósito.

EL UMBA: SEGUNDA PARTE

Hasta ese momento, El Umba no había existido. La idea nació en la imaginación del abuelo con un propósito específico, pero se fue regando y alimentando en nuestra mente, la de sus nietos; al punto que aún hoy, muchos años después, todos recordamos claramente al personaje, y pensamos en la misma imagen que de él teníamos cuando escuchamos la historia.

El Umba vagaba si rumbo entre nuestras cabezas. Se distraía apreciando la imagen que cada uno de nosotros se había hecho sobre su aspecto físico, en las cuales encontraba más semejanzas que diferencias, y las comparaba con la idea original que se iba haciendo el abuelo al mismo tiempo que inventaba y nos contaba la “historia”. Lo que más molestaba al Umba era los eternos lapsos de abandono a los que era sometido cuando ninguno de nosotros pensaba en él. En donde se encontraba tampoco tenía mucho contacto con los infinitos personajes existentes, porque los humanos los imaginaban aislados, sin interacción entre ellos. Sufrió tanto que quiso salir de allí. Este fue en proceso largo y difícil.

Lo primero que hizo fue descubrir que, aunque en un lugar muy raro, existía. Era real. Y cuando los que lo invocaban en sus pensamientos estaban convencidos de su existencia, se sentía más fuerte, se le abrían nuevos senderos que parecían conducirlo a las respuestas que buscaba. Fue paciente, perseverante. En muchas ocasiones sucumbió ante la desesperanza, pero soportaba con paciencia y emprendía su solitaria búsqueda de nuevo. Evolucionó rápidamente, pues de ser sólo una idea pasó a ser un ser pensante. Quiso buscar a su creador, lo cual ya lo hacía muy semejante al hombre. Cayó y se levantó. Cayó de nuevo y se volvió a levantar, hasta que comprendió que su búsqueda no culminaría en el sitio donde se hallaba. Dedicó tiempo y esfuerzo para descubrir la forma de salir al mundo del hombre, al mundo real para nosotros; hasta que orgulloso, encontró el túnel. Caminó hacia la luz decididamente, pues en aquel mundo nadie lo reclamaba de vuelta. Fue algo así como un suicidio.

Por eso hoy él está aquí, en nuestro mundo. No se sabe si sea fácil para él, a lo mejor es igual de ignorado que donde se encontraba antes. Pero está aquí y existe. Es real. Habita por los lados del “Mapurito”, en una de esas cuevas ocultas en el cafetal, y de vez en cuando baja al riachuelo a beber. De ahí se dirige al Pangolar, donde está el lago, y saca algunos peces. Hasta ahora no se conoce mucho de sus acciones y nadie desearía encontrarlo. Ninguna precaución que se tome es suficiente y jamás será atrapado. A lo mejor nunca lo veamos. Porque como bien se sabe “El Umba es más vivo que el que lo columba”.

Texto agregado el 09-09-2020, y leído por 62 visitantes. (0 votos)


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