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Debe ser fiebre porque ya perdí la noción de algunas cosas.
Llevo horas manejando en el calor de la ruta y casi en un mismo tiempo me despierto o creo que me despierto en una sala de paredes amarillas con un terrible dolor en las piernas.
Una mujer desconocida me pasa la mano tibia por la frente, mientras en la ruta paso de cuarta a quinta velocidad sin saber que cuando el auto supera los ciento veinte ya deja de estar en manos del conductor, los roles se invierten en cuestión de segundos y uno se abandona a sus propios reflejos.
Una gasa fría colocada con cuidado, un vaso de agua, algunas palabras sin sentido de la mujer, esas cosas que solamente se dicen en un hospital.
Aprieto los párpados cerrando los ojos con violencia, tratando de alguna manera que ese gesto tenga la fuerza suficiente como para calmar al menos un poco ese dolor que cae desde los muslos hasta la punta de los dedos de los pies.
La mujer me ayuda a tragar una pastilla que quizás sirva de algo, en la ruta se comienzan a volver borrosas las imágenes de los costados, más allá de los alambrados, me pregunto cuánto hace que conocí a María, desde cuándo engaño a mi esposa.
La mujer desconocida apoya una de sus manos sobre mi hombro izquierdo, y de repente se quiebra echándose en mi pecho a llorar alguna desgracia, empapando mi camiseta de algodón y entremezclando frases sin sentido.
Luego llega un médico para cumplir con su labor y por primera vez hablo, las palabras salen solas, le ruego que haga algo para terminar con el dolor en las piernas y el tipo del guardapolvo blanco debe estar diciendo algo; seguramente es fiebre, apenas toco con el pie derecho el freno y alcanzo a poner punto muerto y cierro los ojos tomando con fuerza el volante, la mujer ahora se acerca a mi cama de la mano de un chico de unos cinco años que me da un beso y me dice hola pá.
Pero entonces algunas imágenes se me aparecen, mi mujer y mis dos hijas esperando en Córdoba haciendo dibujos sobre la mesa de la cocina, todo esto me quedó de la última vez que las vi antes de viajar, mis hijas dibujando la cara de un payaso y la mujer sentada a mi lado en la sala de paredes amarillas tomando de la mano al chico que llora cuando le pido que me alcance el vaso de agua porque no puedo más con el dolor en las piernas, un dolor agudo subiendo y bajando por los nervios, mis manos que apenas llegan hasta los costados de la cadera y aprietan con fuerza.
De a ratos la fiebre cede unos pasos y quizás tengo como raptos de lucidez, comprendo.
El hijo de la mujer llora en una silla en el rincón, quizás pasaron días ya desde que dejé a María (¿cuánto hace que la conozco?) en su casa antes de volver a tomar la ruta de regreso a Córdoba, a mi mujer y mis hijas dibujando alegres y eso es el tiempo; distintas cosas que pasan en un mismo segundo, una larga noche de sexo con María mientras mis hijas sueñan la cara de un payaso que seguramente has visto en la televisión y mi mujer leyendo hasta tarde una novela de la colección del diario La Nación.
La mujer desconocida que ahora acomoda algunas cosas en la sala del hospital y le hace una seña de silencio al chico que tirado en el piso helado arroja un autito rojo como el mío contra la pared.
Me duermo una vez más y quizás mis hijas ahora estén saliendo hacia la escuela, subiendo con cuidado al transporte escolar mientras mi mujer las mira desde la vereda, mientras María probablemente esté intentando llamarme al teléfono celular para saber si llegué bien, y el médico vuelve a entrar en la habitación y habla con la mujer desconocida; en el entresueño alcanzo a entender nombres quizás de medicamentos y estudios complementarios, obra social, órdenes de autorización, al menos para saber si se puede hacer algo más, señora.
El dolor me vuelve a despertar, un tremendo calor me recorre el cuerpo, ahora siento puntadas que se clavan en las piernas, creo que grito, la mujer me apoya los labios en la frente, toma el termómetro de la mesa de luz y lo coloca en mi entrepierna, y me habla despacio contándome que han venido a verme algunas personas de las cuales no reconozco los nombres pero que puestos en su boca toman cierta familiaridad.
Que han preguntado por mi estado y han dejado saludos, prometiendo futuros encuentros de asado y borgoña.
Supongo que a esta hora mis hijas estarán en la cocina viendo El Chavo en la televisión y eso me extrae una pequeña sonrisa, la mujer a mi lado me descubre y comienza a llorar quizás de alegría, me besa en la boca, me habla de cómo nos arreglaremos, me asegura que la vida va a seguir como siempre, que lo material no tiene importancia, con esfuerzo podremos comprar otra camioneta y ella aprenderá a manejar.
Además, después de todo, la culpa fue del auto rojo, la gente del seguro se encargará de todo.
La fiebre ya bajó, treinta y ocho es casi normal.
La camioneta.
La gente del seguro de encargará de todo.
Todo tiene sentido, pero para qué explicarle, si la mujer ha encontrado esperanzas en sus propias palabras, el chico de unos cinco años salta sobre mí y me abraza para decirme hola pá.
Y entonces, al mismo tiempo, su padre llega a mi casa, abre la puerta y mi mujer y mis hijas corren a abrazarlo, lo besan y le dan el dibujo, “es Piñón Fijo; el de la tele, papi “, son felices.
A la distancia, la mujer se seca sus lágrimas de felicidad y el chico de unos cinco años se baja asustado de mi cama y le pregunta a su madre dónde están las piernas de papá.


***

Texto agregado el 03-10-2004, y leído por 199 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
31-01-2010 buenisimo! edhy
03-10-2004 conjugas, la realidad con lo que creemos ver. es muy bueno dodanny
03-10-2004 Genial. Podía dibujar el ir y venir de la conciencia y de los recuerdos en mi mente con linda precisión. Te felicito por este logro, amigo. Veremos qué más tenés. Desleal
03-10-2004 No soy de los que hace comentarios sobre la técnica de escritura, pero te puedo decir que en mi opinión este relato te ha salido redondo, magnífico, de verdad. barrasus
 
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