Comienza a llover sobre la ciudad,  
humedeciendo los viejos techos de tejas 
dejando caer gota a gota por sus canalas  
el desahogo de las tormentosas nubes 
que se acumulan sobre las plazas vacías. 
Comienza a llover sobre la ciudad,  
Y te abrazo después de mí caminar, 
te abrazo y en mi canto rociado de llovizna  
humedezco tu pecho humectando tu jardín, 
en flor germinada entregando tus ojos  
al calor de los míos. 
La ciudad se evade en nuestros deseos;  
límpidas gotas en los cristales 
bocetan los besos que deja la tarde 
en medio de los juncos que se abren, 
al prodigioso fluido que  yergue lo insondable. 
La lluvia continúa cantando en los tejados de la ciudad, 
la cellisca salpica como una trova 
aluviones enamorados en dos miradas, 
tu risa y la mía, nuestras risas 
fundidas van ondulantes entre la seda, 
que lía nuestros cuerpos en carne aclamada. 
Medianoche en la ciudad de la lluvia sempiterna, 
medianoche que bracea entre faroles herrumbrados, 
árboles desnudados por  vientos borrascosos, 
medianoche y la lluvia continúa custodiando 
nuestras almas entregadas a la respiración ardorosa 
de un transitar sin sosiego.  
Me sueñas en el oído, me sueñas mientras tus ojos  
forman las formas del amor, 
me sueñas y recorres con tu aliento la piel  
de todos los sueños faltantes, 
desde la noche que se vino con su arcana soledad 
dándonos tiempo para entrelazar los dedos  
en el impulso del candor, 
que flota en la guía nocturna de la primera vez  
que enjugamos los labios 
encarnándose en besos hilados. 
Me hablas te hablo en susurradas palabras 
dejando romanzas en el talar de tus pechos 
Descolgando la noche al éxtasis de la agitación, 
de los mares interiores que corren en encabritada 
conversación simbiótica este presente, 
recorriendo juntos esta suave candidez  
en la conjugación del delirio perfumado del amar,  
sin abstenerse de los rictus que afloran a la exaltación.  
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