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"Vamos entonces", le dijo Nacho a Susana. Ella bajó la vista, asintió con la cabeza sin decir nada. Nacho llamó al mozo. El mozo vino. "¿Qué tal el desayuno?, preguntó. "Excelente", dijo Nacho. Le pagó al mozo y este se fue. Nacho tomó la mano de Susana. "Por fin", dijo. Ella sonrió. "Sos un loco vos", dijo.
Era hora, pensó Nacho, por fin se estaba dando algo que había esperado todo el tiempo. En su vida había habido muchas mujeres pero Susana. Nunca había gozado tanto como con Susana. Recordaba las polleras ajustadas, las curvas de la cadera, la insinuación de las tetas debajo de esas remeras escotadas. Susana era la madre de Miguel. Miguel era el mejor amigo de Nacho. Una vez Nacho soñó que lo penetraba analmente a Miguel, pero qué mierda, a él lo calentaba Susana, no Miguel, de cualquier manera el sueño lo había dejado pensando. Ir a la casa de Miguel a jugar al metegol y verla a Susana con sus calzas grises ajustadas al cuerpo le hacía salir humo de los oídos.
Ahora Nacho y Susana caminaban por la vereda. Era una calle céntrica y había mucha gente. "¿Extrañás Argentina?", le pregunto él. "Muchísimo", dijo ella. "Irme era la única forma de salvar mi matrimonio. Además las cosas no daban para más, Carlos sin trabajo, Miguel con un trabajo de mierda, Cesar terminando la secundaria. Nos hizo bien irnos. El trabajo nunca falta en Estados Unidos. Pero extraño, muchísimo, no solo de pan vive el hombre, eso es una gran verdad". Yo todavía tengo sueños húmedos pensando en vos, pensó Nacho. Se lo iba a decir, pero le pareció impúdico, además Susana ya lo debía saber. Lo debía intuir porque cada vez que chateaban por whatsapp o por face Nacho le hacía preguntas provocadoras. "¿Te creció el pan dulce?" "Está inmenso, como siempre", decía ella.
La primera vez que Nacho le miró la cola, el infierno. Un infierno. Esa cola ancha, carnosa. Era un pantalon jogging verde. Cuando la descubrió con los jeans ajustados tuvo mareos. Jeans ajustados en la entrepierna, que le entraban levemente entre las nalgas, que le marcaban la bombacha.
Nacho le dice "Te extraño. Te fuiste vos y se fue una de las alegrías de mi vida". "Voy a volver cada tanto", dijo ella. "Todavía tengo a mi vieja acá". "Sos cocinera. Quién diría Susana cocinando en un Mc Donalds"."No es un Mc Donalds, pero está bien, es parecido, es un restaurant de tacos mexicanos"."Mexican food"."Todavía no aprendí inglés". “¿Y tus hijos?”, preguntó ella. “Están grandes. Sacan lo mejor y lo peor de uno”, dijo él. “¿Tu esposa?” “Bastante bien. Vamos y venimos, tenemos buenos días, días en que queremos tirarnos los platos por la cabeza, días en que nos amamos, en que cualquier gesto es correspondido con una sonrisa. Pero el amor es complicado. Es complicado”. Lo que yo siento por vos es amor, Susana, pensó Nacho, pero no lo dijo. ¿Es amor? ¿O calentura? ¿Hay alguna diferencia? Nacho recuerda cosas, mil cosas, cuando Susana se abría de piernas con la pollera floreada y él podía verle la entrepierna, o cuando ella decía ¿Quién es más alto? ¡A ver! y apoyaban espalda con espalda y se sentían. Pero Susana siempre fue muy precisa con sus movimientos. Iba hasta ahí y de ahí no se pasaba.
A veces Miguel se iba a algún lado y Susana le decía a Nacho que se quedara a tomar un cafecito con ella. Nacho se quedaba. Se quedaban solos. Horas a veces, pero en ese tiempo Susana nunca insinuaba o proponía nada raro. Es más, parecía cuidarse de cruzar ese filo. Nacho le miraba el culo y ella se dejaba ver, se acomodaba el pantalón o la pollera, lavaba los platos, pero nunca nada más allá de ese juego que habían establecido.
La relación de Nacho con Miguel era de aventuras. Andaban en bicicleta, jugaban a la pelota, al paddle, iban de campamentos, a pescar. Hacía un poco de todo. Nacho muchas veces insistía en ir a la casa de Miguel para verla a Susana. Tan solo entrar en la casa y saber que ella iba a estar ahí le producía un nudo en la garganta. Se le cerraba el pecho. Le daba ganas de abrazar a Susana, decirle gracias por tanto placer. Ella siempre usaba cosas ajustadas y tenía una figura atractiva, como una estética guitarra o una irresistible botella de Coca Cola.
Una tarde Miguel y Nacho jugaban al ajedrez. Miguel dijo que iba hasta el kiosco a comprar alfajores. Nacho dijo que se quedaba. Susana no estaba. Nacho se encontró solo en la casa. Se metió en el lavadero y hurgó entre la ropa hasta que encontró una bombacha de Susana. Era una bombacha blanca con encajes. Se puso ferozmente rígido. Se pasó el calzón por el cuerpo duro, lo olió, lo besó. Se lo apretujó en el bolsillo y se lo llevó. Escondió la bombacha en un cajón del placard. Tuvo terror de que su madre lo descubriera. Así que una tarde, después de dedicarle los apropiados rituales, lo puso en una bolsa y lo tiró en el container de basura de la esquina.

Susana era un oasis, un manantial, pero esta relación también le pesaba a Nacho. Se sentía culpable. Solía ir a misa y jurar y rejurar que ya no volvería a poner sus ojos en Susana, pero había algo imposible, inaguantable en Nacho, cada vez que Susana aparecía con los jeans ajustados o las calzas marcándole la entrepierna Nacho se babeaba como un perro sediento. No podía evitarlo. Se proponía no hacerlo, rezaba para no hacerlo, pero lo hacía, la miraba y la traspasaba de deseo con los ojos.
Pero nunca pasó nada entre ellos. O mejor dicho a pesar de todo lo inmenso que pasaba entre ellos nunca hubo nada carnal. Siempre los dos se cuidaron de no pasar ciertos límites y hoy no podría ninguno de los dos decir concretamente porque lo hicieron. Tal vez por lo incestuoso de la relación.
Una vez llegaron lejos. Lejos, una forma de decir. Pero después de que Susana emigrara a Estados Unidos, una noche se encontraron en el chat. Chatearon y se envalentonaron y entonces Nacho le confesó que una vez él había tenido una bombacha de ella en las manos. Ella le dijo: “Decime de dónde sacaste un calzón mío, estoy ansiosa por saberlo”. Eso es lo más lejos que llegaron. Si bien ahora cada vez que se encontraban en whatsapp o facebook flirteaban, nunca se sinceraron tanto como en aquella ocasión.

Ahora Susana había venido de Estados Unidos a pasar unos días, visitar a su madre y a otros seres queridos en la Argentina. Esa mañana habían desayunado con Nacho y de algún modo habían acordado algo. Habían decidido algo. Se habían definitivamente sincerado. Se subieron al auto de Nacho y anduvieron. Atravesaron la ciudad hablando muy poco, hablando alguna pavada, con silencios muy largos entre palabra y palabra. Llegaron a un motel cerca de circunvalación. Nacho pidió una habitación y la miró de reojo a Susana. Ella estaba petrificada como con vergüenza.
Nacho abrió la puerta y la dejó pasar a Susana. La cama tenía un acolchado rojo tornasolado. Se miraron y sonrieron. Después empezaron a reír. Se observaron en el espejo del techo. Se abrazaron y reían. El abrazo fue largo y sentido y la risa fue dando lugar a una ternura infinita. Silencio. Se besaron apenas un momento. Después Susana le dijo:
Ya está, vamos.
No hay un día que no piense en vos, dijo Nacho.
Levantó el pulgar. Volvió a sonreir. Otra vez carcajadas y así salieron del motel.

Texto agregado el 08-09-2020, y leído por 72 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
09-09-2020 Me gusta tu texto: muestra una de las formas infinitas del amor. MCavalieri
 
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