Un asiduo lector de cierto periódico y que tiene ya noventa y cinco bien recorridos años, prácticamente me clamó que redactara esta carta. A su prolongada edad, don Enrique demuestra que su conciencia humanista no ha decrecido ni un pelo y por lo mismo, se sumerge en las lecturas que tratan sobre la flora y fauna del país y del mundo. Yendo al asunto,el artículo que aceleró peligrosamente su ritmo cardiaco, en consecuencias que su corazón goza de excelentes pulsaciones pese a dos bys pass, fue el artículo publicado uno de estos domingos de agosto y que señalaba que científicos encontraron bosques intactos en la Patagonia. Es decir, un vasto territorio no hollado por los pies del hombre. Me pide que utilice los mejores adjetivos para alertar sobre este asunto, de modo que no vayan a aparecer los siniestros depredadores de dos patas que son los hombres y desmantelen esa riqueza única y en nada comparable a tantos ecosistemas destruidos con objetivos comerciales y por la introducción de especies incorporadas.
Experiencia le sobra a este señor para temer que tras la aparición de este artículo se produzca una invasión de variopintos personajes que querrán conocer in situ tal maravilla para llevarse recuerdos de esta visita. Más teme a la voraz industria maderera que alentada por desflorar tan apetecible virginidad y que como fervientes parroquianos del libre mercado, comiencen a devastar con su voraz apetito este capital que debiera ser una reserva para la humanidad. Ante este asunto, nos aterramos a coro los dos, sabiendo que casi todos los gobiernos son permeables cuando se trata de pagar favores y si no existen las cortapisas de un decreto que promulgue a esta biósfera como un área protegida, sabemos que los colmillos voraces de algunos empresarios son capaces de crear un argumento más terrorífico que cualquier serie de Netflix. Don Enrique se quedó cariacontecido, imaginando acaso que este verdadero ensayo general del Apocalipsis que es la aparición del coronavirus con todas sus devastadoras consecuencias, casi es una cosa de niños comparada con el alma ambiciosa de algunas personas. Confieso que me quedé transpirando helado mientras tecleaba estas palabras. Primero, por la devastación y porque personas como don Enrique hacen demasiada falta en esta sociedad deshumanizada. Dato aparte es que la carta enviada no apareció en el diario, prueba palpable que existen intereses creados en esas termitas que ya comienzan a devorarse ese manjar proclamado por esas mismas páginas.