Supongamos que caminás por la calle Rodríguez Peña en dirección a la Plaza Colón; seguramente vestida con un jean medio gastado, una blusa celeste y un bolso de cuero colgando del hombro derecho.
Antes de cruzar 9 de Julio, un chico de esos que vende la luciérnaga te pregunta si tenés un cigarrillo. Te negás sin hablar, apenas moviendo la cabeza de un lado a otro; pero él insiste ofreciéndote a cambio un papel doblado al medio.
La curiosidad te lleva al quiosco más cercano y gastás 10 centavos en un rubio suelto y un peso en una botella pequeña de agua mineral; para que el mocoso te dé el papel y salga corriendo con el pucho en la mano. Eso te asusta. En tres segundo pensás en todo lo que te asusta.
No desdoblás la hoja hasta llegar a la Plaza Colón y sentarte en un banco con la botella de agua mineral en la mano. Estás un poco más tranquila y eso es bueno, descubrís que al desdoblar el papel se trata de una foto en donde te ves sentada en una plaza con el bolso de cuero al lado y la botella de agua mineral en la mano.
Te asustás. Volvés a repasar las cosas que te asustan.
Levantás la vista y a cuatro metros, me ves sentado en otro banco de la plaza con mi cámara instantánea, sacándote esa foto que tenés en la mano. Y se me acerca el chico de la luciérnaga con el pucho ya encendido en la mano para pedirme la foto de esa señora sentada allá en ese banco.

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