Lo sentí desde mi cama.
Es curioso, pero recibí tu temblor de frío desde la distancia a mitad de la noche. Una mujer temblando sentada en un rincón, tratando inútilmente de cubrirse con sus brazos y sus piernas en el piso de granito helado, desnuda en el inmenso tablero de ajedrez del salón de una casa desconocida.
Tu piel erizándose poco a poco, marcando con autoridad que es recién el comienzo del frío, que quizás la única alternativa sea saber que estoy a tiempo de llegar y tocar despacio tu pelo sin hablarnos; desvestirme para vestirte y trasladarte así mi calor, en un intercambio que una mujer y yo tomaremos equívocamente por amor.
El trabajo comienza al ponerle, cuando ya estoy completamente desnudo, mi slip negro y que por eso estemos a punto de sonreír, pero el frío, lo cómico de una prenda demasiado masculina en su cuerpo de mujer. Luego la necesaria camiseta de frisa blanca, doblarle un poco las mangas hacia arriba; las medias; el pantalón enorme para vos pero quizás ajustando el cinturón en el orificio indicado; la camisa celeste prendida hasta el último botón; el chaleco y la primer sonrisa de tibio placer en el rostro de una mujer; la corbata y su nudo impecable, inútil pero prolijo; los zapatos varios números más grandes y la necesidad de ajustar al máximo los cordones; finalmente el saco bien prendido y poder vernos así de frente, vos con mi traje ya templada y yo completamente desnudo, parados uno contra otro, mientras el frío ahora sube desde la planta de mis pies.
Un beso interminable desde tu boca tibia a mis labios helados; ver cómo te alejás por el salón como un peón negro triunfante y cruzar despacio la puerta principal. Una mujer caminando tranquilo desde su flamante calor.
Y después sentarme a sentir el frío en el mismo rincón, en la misma posición, tratando inútilmente de cubrirme con brazos y piernas; mi piel erizándose hasta el preciso momento en que él lo sienta desde su cama, desde su habitación lejana a mitad de la noche, hasta que por fin él se decida y venga, cuando conozca desde allá el frío que toda mujer sentiría como yo siento aquí sentada en un salón grandísimo contra el granito helado; hasta que otro hombre acepte el cambio, hasta que otro hombre acepte el cambio, hasta que otro hombre acepte el cambio.
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