EL CONQUISTADOR

No solamente voy a la aristocrática cantina “La suerte loca” de mi barrio, también asisto a entrenarme a un bosque cercano de mi casa, donde hay una pista de casi dos kilómetros para correr.
Una tarde nublada trataba (no hay que abusar), cuando una hermosa joven, alta y con un cuerpo de diosa, me hizo “ojitos”: yo de inmediato sumí la panza y puse mi sonrisa de conquistador.
—Joven, me simpatizas y me gustaría tener tratos contigo, no tengas miedo soy una muchacha decente.
Como comprenderán de inmediato me volé.
—Hola preciosa, es agradable conversar contigo.
Entre plática y platica, me llevó a la puerta donde está el puesto de golosinas: nueces, cacahuates, garapiñados y montón de delicias.
—¿Me disparas unos dulces para llevar a mi mamá? —me preguntó.
—Claro —contesté, pagando un cuentón.
¡Ah bárbara! Se surtió, pero a lo bestia y en ese momento apareció un joven en una moto, y ella con agilidad se puso un casco y se trepó abrazada al galán y yo…

—¡Qué chinga le pararon mi jovenaso! —en tono burlón me dijo el marchante, mientras yo agachaba las orejas y metía el rabo entre las piernas.