Leopolda era una mujer muy alta, de complexión delgada y extremadamente quisquillosa con su apariencia, vivía sola y decía que todo debía de estar “reluciente”. Su obsesión era tal que no le estrechaba la mano a nadie por temor a la suciedad, era la única mujer en aquella población que siempre limpiaba con una servilleta la cucharilla del café.
Cada mañana fregaba las aceras de enfrente de su casa y todos le decían: “¿Por qué friegas las aceras si mañana estarán igual o peor?” Y ella respondía: “Friego porque estoy harta de ver los meados de los perros”. Aunque todos dijeran en el pueblo que estaba loca, ella no les prestaba atención, no obstante, nunca dejó de limpiar las aceras.
Un buen día, apareció una telaraña en un rincón de la casa. Leopolda, se había levantado temprano porque deseaba hacer limpieza general, cuando vio al arácnido amenazó con matarla, tomó una escoba, pero la araña se escabulló. A la mañana siguiente, volvió aparecer en otro rincón de la casa una nueva telaraña; tomó un plumero y limpió, llegó a pensar que había exterminado su problema, sin embargo, cada día, los hilillos se multiplicaban, hasta que llegó un momento en que Leopolda veía los objetos a través de una especie de gasa. Se levantaba furiosa y despotricando contra la araña, la ruidosa cantaleta avanzaba insensiblemente, y sin darse cuenta, empezó hablar sola.
Ponía dientes de ajo en una botella, quemaba velas con citronela dentro y fuera del hogar, consiguió plantas de eucalipto, menta y lavanda para su jardín, removía del lugar todos los enseres, rociaba en las esquinas la mezcla de agua y vinagre blanco, pero a pesar de todos los trucos caseros, seguía viendo puntos negros e hilillos flotando.
Una noche, los vecinos escucharon varios gritos y golpes que procedían de la vivienda, alarmados, decidieron denunciarlo y llamaron a la policía. La sorpresa de los agentes al llegar a las 2 de la madrugada en cuestión fue tremenda. Se encontraron con una mujer agitada, nerviosa, con la cara colorada, gritando “¡ Te voy a matar, estás muerta ¡”.
Leopolda aseguró que vivía sola y que no había llegado nadie de visita como creyeron sus vecinos. Los agentes le respondieron lo siguiente: “La gente claramente te escuchó gritarle a una mujer que la matarías y que le tiraste cosas”.
“Era una araña. Una muy grande. Perdón por los gritos. Fui yo. Es que odio las arañas”, matizó. El agente permaneció impávido y luego avanzó lentamente hacia Leopolda. Recién, cuando estuvo más cerca, notó que sus ojos estaban blancos, cubiertos por cataratas. |