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El aroma de jabón se percibía desde muy lejos. Después de verter lentamente el aceite sobre la mezcla líquida y de revolver en forma permanente (siempre para el mismo lado, porque de lo contrario se podía "cortar"), la lavandera dejó reposar la sustancia en una hornilla caliente hasta que la temperatura alcanzó su ebullición, cuando estuvo listo añadió las esencias con los colorantes, dejó endureciendo la mezcla en los moldes, luego se fue a recoger la ropa sucia para trabajar y después devolverlas a sus dueños.

Adela la vio desde la ventana con la batea de madera y el atado de ropa pregonando por la calle sus servicios y se dispuso a llamarla. Aunque Adela tenía pocos meses en aquella población llevaba oyendo del buen trabajo de la lavandera. Rodó el último limón con la palma de la mano sobre la mesa (para que su jugo saliera con mayor cantidad) lo partió tan rápido como pudo y lo exprimió. Al pasar por la sala sirvió la limonada a sus amigas, luego desde la puerta empezó a llamarla varias veces a grandes voces.

Había oído que era una mujer de carácter y personalidad afable, siempre tenía la sonrisa en los labios, la gente le decía: “Cindy”. Ella no daba muestras de escuchar el llamado de Adela, hasta que oyó el nombre de su oficio y que era el que habitualmente escuchaba de los pobladores: “Lavandera”.

La mujer se dirigió a la casa de Adela, ella le solicitó su ayuda con la ropa blanca, entonces la lavandera respondió: “No se preocupe señora, yo me encargó de eso... pero señora mi nombre no es Cindy”. Entonces le dijo su nombre (que muy pocos conocían completo), “Mi nombre es María Elvira Mónica Lucía de San Nicolás Echavarría Restrepo”. Y sonrió ampliamente como acostumbraba hacerlo, entonces Adela en ese instante, pudo apreciar a primera vista, que a la mujer le urgía una cita con el dentista para solucionar sus dos problemas delanteros.

Al pasar por la sala donde estaba la visita, Adela dijo: “Ah, entonces mis amigas tampoco saben tu nombre porque también te dicen Cindy”. Y mientras la lavandera iba por la calle con su gran atado hecho con una sábana que portaba sobre su cabeza erguida, recordó la mejor manera para blanquear la ropa de Adela (diluir una cucharada de bicarbonato en un vaso de agua).

Adela dedujo que aún con el defecto de la dentadura, resultaba ser dueña de una sonrisa encantadora, puesto que sin importar dónde o cómo la encontremos, una sonrisa siempre será una sonrisa; y esta será siempre la diferencia. Al volver a la sala para atender la visita, encontró a las amigas con una risa ahogada, y una de ellas con los hombros encogidos y la boca tapada con la mano le dijo a Adela: “Claro que no se llama Cindy, en el pueblo le pusieron así por “sin dientes”, que inocente eres”.

Adela se molestó, no le gustaban los sobrenombres, aunque sabía que se usaban para resaltar o aligerar la personalidad aguerrida, la timidez oculta o los deseos innombrables de lo que nos gustaría ser, algunos tienen la intención maliciosa de evidenciar algo de nosotros mismos. Cuando las amigas se fueron, Adela colocó una escoba detrás de la puerta (para alejar aquellas visitas no deseadas).

Texto agregado el 30-08-2020, y leído por 143 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
31-08-2020 Original y ameno. Gusté leerlo. Shalom amigazo Abunayelma
30-08-2020 —Real o apodo me gusta el nombre de Cindy, claro que en este caso se ajusta muy bien a la risa que me produjo el final del cuento. Imagino que Adela después de poner la escoba detrás de la puerta también se rió. —Un abrazo vicenterreramarquez
30-08-2020 es cierto, aquella malicia que mencionas puede estar presente, pero no podemos negar que hay sobrenombres muy jocosos y acertados. Un abrazo, sheisan
 
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