LA RESTA
Recuerdo vívidamente aquel día en que fui a la escuela rebosante de alegría con mi lapicera nueva. Regalo de papá en mi cumpleaños número siete, justo cuando empezaba segundo grado. En aritmética, la maestra había comenzado con repasar sumas y restas, y ante el examen de prueba me dije para alentarme: “con esta lapicera me van a salir todas bien”, como otorgándole algún carácter mágico que me sacaría de cualquier dificultad que tuviera…
Ciertamente parecía ayudarme de alguna manera, resolví las primeras cuentas con una rapidez inusitada en mí, menos la última resta, resultaba imposible. Aquí podría decir que me empantané o nos empantanamos los dos, la lapicera también quedó detenida bajo la raya final de un resultado en blanco... Entonces intuí que algo andaba mal, el aire mismo de pronto se tornó espeso y pesado, irrespirable para mí... Angustiado y convencido de que hasta allí llegaba su poder, dejé a mi aliada sobre el banco, sin más que intentar juntos, todos mis compañeros ya habían entregado sus trabajos terminados en tiempo y forma. Para mi vergüenza solo faltaba que la maestra viniera y me sacara la hoja de un tirón, muy molesta por tener que esperar a alguien tan lento como yo …
Después de esto, quedé con los codos sobre el banco y mi cabeza entre las manos buscándole una explicación a que “nos” había pasado con esa extraña resta, no comprendía su porqué… Casi llegada la campana del recreo, pude encontrarla; me había faltado viveza, las cantidades de esa maldita resta estaban invertidas, la cifra menor arriba (una picardía de la maestra) y recién ahí pude justificar el desconcierto lógico de mi super-lapicera...
En el día de hoy, a esta razón le agregaría otra nada aritmética; nadie en sus cabales sospecharía que un 17 de Marzo de 1992 a las 14, 45 horas, en Buenos Aires, toda cuestión por resolverse en el mundo se plantearía con los valores humanos puestos de cabeza, y que el resultado sería también muy difícil de comprender, claramente nefasto…Entonces qué inconcebible fue aquella operación que me tocó. Ésta que recién aprendí a tolerar en las matemáticas de la secundaria, cuando supe que el único resultado posible en aquella resta era un número negativo (hubiese dado: - 22)
Ahora regreso a aquel momento en el aula… Un resplandor entró por la ventana y todo se sacudió muy fuerte. Al estruendo de una gran explosión, le siguió una ráfaga de polvo gris que rompió los vidrios de todas las aberturas. Pronto el salón se inundó de tiniebla y confusión, y mis compañeros aterrados, corrieron directamente hacia la puerta, menos yo, que de rodillas buscaba a tientas mi lapicera bajo el pupitre… La maestra ya había sacado al último chico del aula cuando yo seguía empecinado en encontrarla. No me daba cuenta que me estaba sofocando, y recién cuando algo muy pesado cayó sobre el pupitre y lo rompió sobre mi cabeza, sentí miedo y la abandoné a su suerte.
Entonces corrí escaleras abajo sin saber que una mano me sangraba porque no dolía. Y así de aturdido crucé el patio entre árboles destrozados y cascotes esparcidos, mientras gritos desgarradores y sirenas que ululaban provenían de una calle que convulsionaba...
Cuando llegué ahí, no podía ver más allá que una espesa polvareda en una atmósfera que quemaba la cara…Yo no estaba totalmente consciente de lo que estaba pasando, ni siquiera sabía si era la hora de salida, pero igual pensé que mi padre estaba esperándome en la esquina como siempre. Por eso caminé confiado, despacito, casi a ciegas pero pegado a la pared, palpándola con la mano sana tramo a tramo, hasta que me acerqué bastante y por ahí lo distinguí. Llegando a mi encuentro, abriéndose paso él también, entre hierros retorcidos y montañas de escombros que invadían toda esa cuadra…
Recuerdo que traía una cara muy rara para mí, como de desesperación. Que enseguida me levantó, me abrazó y me besó muchas veces preguntando si me sentía bien… Yo no le decía nada, pero cuando vio mi mano cerrada y sangrando, yo largué toda mi angustia contenida en un llanto entrecortado con estas palabras:
– ¡La perdí, papá, perdoname, la perdí!
- ¡Qué hijo, qué perdiste, decime por favor… Exclamaba mientras me examinaba la mano, me palpaba todo el cuerpo y no se calmaba nunca.
-¡La lapicera, papá… entendeme bien, la lapicera perdí!
-Eso es todo, hijo mío…Bueno, bueno… no es nada, por el amor de Dios…
-¡Cómo que nada, papá, sí, sí… Vos no sabés, era mágica esa lapicera, de enserio te lo digo, era mágica...
- Recuerdo que me miró profundo a los ojos y quiso corregirme.
-.Entonces era milagrosa, hijo mío… se dice mi-la-gro-sa... y que me apretó más fuerte contra su pecho y se largó a llorar igual que yo.
Este cuento fue inspirado en el relato espontáneo de uno de aquellos alumnos de la escuela, ante el reportero de un canal de T.V en vivo, durante un acto público en conmemoración a los 15 años del atentado terrorista perpetrado a la Embajada de Israel en Argentina. (Saldo: 22 muertos)
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