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Imaginando solo un poco, ojeo las páginas de un librito sobre baños de rosas en tina que me dejó el grupo de la comunidad en la extraña habitación de una torre con escaleras en espiral, en la cima de las montañas del valle.
Rememoro la última caminata más arriba del pueblo, por la calle principal de tierra, donde encontré un vehículo destruido lleno de grafitis; me sorprende ver uno que dice Kong… se me vienen a la mente las imágenes del librito y las fusiono con la del vehículo: un jacuzzi en la carcasa de un automóvil, con las muchachas desnudas en el agua llena de rosas para el “amor”, para la “buena suerte”.
Es pasado el medio día, tratando de olvidar las malaventuranzas, me preparo un gigantesco sándwich y me siento en la mesa a comerlo delicadamente.
Aparece entonces un anciano, mi padre, buscando su sombrero en la amplia cocina, encontrando la mitad de un tomate, unas rebanadas de queso y un pedazo de pan.
—¡Para qué dejáis todo este desorden! —me reprende, un poco enfurecido.
Al encontrar su sombrero, se mira al espejo fragmentado en relieve en la pared, un tipo de arte, y arregla su arrugada figura mientras comienza a hacerse un emparedado. |
Texto agregado el 27-08-2020, y leído por 106
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