Cada mañana, Leonarda se despertaba a la misma hora, se acomodaba sus gafas de lentes con grosor excesivo, calzaba sus chancletas, se vestía con un atuendo ligero para hacer sus oficios; enrollaba en los extremos 4 rulos en su cabello indio dividido en el centro del cráneo por una línea matemática, e iba a la cocina y se amarraba a la cintura un delantal algo sucio para hacer sus quehaceres domésticos. A la misma hora, sacudía, barría y limpiaba, se servía un café, preparaba el desayuno de su marido y el de su hijo de 9 años llamado Mauricio, quien siempre salía en bicicleta cinco minutos después de su padre. A una misma hora, Leonarda caminaba con una toalla en un hombro hacia un improvisado baño hecho de paredes en guadua ubicado en su patio.
Pero en una ocasión, antes de entrar al baño, observó que en la cerca de su jardín había un pequeño pájaro corriente que descansaba plácidamente ajeno al ruido. Leonarda lo identificó, un escalofrío recorrió todo su cuerpo y su rostro se volvió pálido, era un ave de mal presagio. La mujer se persignó y evocó a su santo: “San Isidoro, que no cante te lo imploro”. Pero el pájaro color gris terroso, cantó con tres silbidos prolongados y tristes como diciendo: “tres pies”. La mujer se aterrorizó porque para ella y para muchos en la región, el silbido del pájaro tres pies, predecía desgracias con su tétrico canto; entonces en ese momento, oyó tocar la aldaba de la puerta de una manera agitada, y Leonarda dirigiéndose a abrir dijo: “Santa Alicia bendita, que no sea una mala noticia”.
Era su vecina Carlota, conocida por todos en el pueblo por ser la mujer más chismosa, pero antes de que hablara, la mujer divisó desde la puerta el vuelo del pájaro tres pies y entendió el motivo de la palidez intensa de Leonarda, sin embargo, profirió a comunicarle que su hijo Mauricio había sufrido un desafortunado accidente en la bicicleta por culpa de un conductor imprudente.
Leonarda tomó las llaves de su casa, las guardó en un pequeño bolsillo de su delantal, y salió corriendo con la mujer. En efecto, lo encontró en la calle llorando de dolor por su brazo derecho. Leonarda tomó la bicicleta de su hijo que había quedado en buen estado, lo subió a la parrilla, se montó en la bicicleta y a toda prisa se dirigió donde Leopoldo, el médico del pueblo, atrás de ella y con mucha rapidez, iba Carlota corriendo, porque no quería perderse los detalles del infortunio.
Cuando el doctor estaba revisando al herido, Leonarda, llevándose las manos en la cabeza exclamó: “Santa Gloria Patrona de la memoria”. Se acordó que nunca había aprendido a montar en bicicleta. Leopoldo, se ofreció a llevar a la madre y el pequeño en su auto al pueblo más cercano el cual era más grande con una clínica más completa para un examen exhaustivo con radiografías.
La noticia del accidente del hijo de Leonarda con todos los detalles, había sido difundido por Carlota, con el cuento de: “Usted no está para saberlo ni yo para contarlo”. Fue de esa forma como se enteró Doña Regina. Cada mañana su nieto Mauricio, pasaba por la casa de su abuela y le decía adiós con la mano y ella le correspondía el saludo desde su ventana, pero ese día al no verlo pasar decidió ir a buscarlo a su casa, aunque lo pensó varias veces, porque no soportaba a su nuera.
Doña Regina, era una mujer controladora y severa, mantenía con el ceño fruncido y cara de pocos amigos, ella al igual que toda su familia nunca estuvo de acuerdo con que su hijo se casara con Leonarda, porque para Doña Regina, Leonarda era la mujer más fea del pueblo, siempre quiso que su hijo se alejara de ella y cada vez que la veía decía: “A mujer fea, a esta, ni el oro la hermosea”. Esa tarde, se dirigió dónde Leonarda, pero antes de que tomara la aldaba de la puerta, Carlota apareció agitando las manos como si se las hubiera quemado, y le contó todo lo ocurrido.
En la noche, el padre y los familiares habían llegado a aquel hospital. Leonarda lloraba al mismo tiempo que les contaba lo sucedido desde que había escuchado el canto del pájaro tres pies. Ellos preocupados la miraban llorar, contemplaban en ella una tristeza profunda. La mujer buscó algo para secarse las lágrimas y llevándose las manos en la cabeza exclamó: “Santísima gloria, patrona de la memoria”. Se había acordado que llevaba todavía la toalla en un hombro, los rulos puestos, sus chancletas y su delantal algo sucio.
En el pasillo, Doña Regina con su cara seria caminó marchando rumbo a Leonarda y ésta al verla pensó: “San Marcos de León, cálmame a este león”. Lo que nunca se imaginó fue que la mujer la abrazara fraternalmente y la acompañara en su aflicción porque, ante todo, Doña Regina entendía su dolor ya que también era madre.
En la sala de espera se habían olvidado las rencillas. Horas después el hijo de Leonarda salía de un cuarto con el brazo enyesado. Nunca estuvo claro si fue casualidad o augurio, tal vez los santos devotos de la mujer lograron el milagro familiar, o tal vez, fue el mismo tiempo que había sustituido el desprecio y apaciguado los rencores. |