El mundo tiene diversas miradas, algunas similares y otras distintas, digo esto porque dentro de las noticias de la semana que pasó, me llamó la atención el fallecimiento debido al coronavirus del escritor chileno Luis Sepúlveda, poco y nada conocía de él, a excepción de haber leído en cierta oportunidad alguno de sus libros. Luis Sepúlveda, un viajero más, despojado de su nido en los tristes anaqueles que guarda nuestra historia, un embajador de las letras, un vagabundo errante y sin patria, con la herida de la derrota cabalgando desolado junto a la sombra del jinete del exilio.
Pensar distinto también tiene su precio, el precio de la derrota, del despojo, pero aunque sus libros fueron quemados, no pudieron quemar sus ideales, los del hombre libre caminando por las grandes Alamedas. Europa le acogió y desde ahí renació su canto tan variado. Quizás tengamos una mirada política distinta, pero quizás un tanto igual sobre nuestro entorno, sobre las problemáticas sociales, sobre la ética y el medio ambiente.
En sus escritos las heridas del pasado irrumpen despiadadas: “Soy la Sombra de lo que Fuimos y mientras haya luz… existiremos”, Dicen que la historia no perdona, la historia de los vencedores y de los vencidos se yergue en la memoria… A los ojos de Luis Sepúlveda ¡Qué hermosa es la memoria!
La memoria que se aloja en el pueblo, en su miseria y en las injusticias, en un pan duro remojado en una taza de té. ¿Será quizás ahí donde se cuenta la historia de los perdedores, de la inequidad, donde la esperanza parece una quimera?
Qué importante es la memoria y la verdadera naturaleza del valor frente al tiempo acelerado que no nos deja ver la importancia de la lentitud, para robarle unos esquivos minutos a este tiempo fugaz y observar el mundo desde el punto de vista de un rebelde caracol. Son aquellos tipos de seres, los caracoles que no tienen nombre y que pueden parecer insignificantes y que en el entorno de su lentitud visualizan que en un oasis no siempre se pintan exhuberantes palmeras y vertientes de agua fresca, la inclemencia de un sol cálido y sofocante lo atosiga e injustamente lo va transformando a través del tiempo en un oásis seco; la injusticia donde los caracoles alguna vez bebieron gratis de su agua, hoy lo torna en un lugar imperfecto, donde la tristeza y resignación abunda, donde su fauna convulsionada contenida a través del hipnotismo del hechizo de un tridente poderoso: neoliberalismo, derechos civiles silenciados y mecanismos represivos que enceguecen las miradas, donde la libertad del mercado individualista destruye muchos sueños.
La silenciada sociedad de los caracoles que acepta la precariedad como norma, la ausencia de derechos como regla básica, y una paz garantizada por la represión. Hasta que como un milagro el rebelde caracol emerge con valor para levantar su voz y gritar con fuerza: ¡basta! basta a las brechas, las brechas que yacen en un oasis seco, a la suma de todas las injusticias, ya es hora de dignificar a los caracoles que habitan en el País de los Dientes de León, donde hasta entonces llevaban una vida apacible lenta y silenciosa y que a los ojos de otros aparentaba ser el país de los dientes de Jaguar.
El silencio poco a poco se transformó en una tormenta enfurecida. Los caracoles despertaron de su letargo y del poco a poco se transformaron en manada, la manada que murmura, que ruge y que clama justicia. La justicia de la sociedad de los caracoles.
Esa es la historia de un caracol plasmada en los escritos de Luis Sepúlveda, la Historia del Caracol que Descubrió la Importancia de la Lentitud, pues a través de ella es posible descubrir la importancia de la memoria y la verdadera naturaleza del valor. El juglar ha partido, pero nos queda la herencia de sus escritos, de sus cuentos, de sus fábulas que nos hacen volver a repensar desde nuestra lentitud, en estos duros momentos, para construir desde El Fin de la Historia, una nueva historia que deje atrás la herida de la derrota del que alguna vez cabalgó desolado junto a la sombra del jinete del exilio. |